Del camión de la basura a Primera

Movilla, centrocampista revelación del Málaga, recogía desperdicios hace dos años y medio

Hace apenas dos años y medio, desencantado del fútbol y sin un duro, José María Movilla Cubero se recorría las calles de Madrid subido en un camión de basura. Eran tiempos de frustración, casi olvidado ya su gol con el Numancia en aquella célebre eliminatoria copera frente al Barça, casi enterrados sus sueños de ser Martín Vázquez algún día. Debía cumplir con la letra de un piso y no había manera de que el Moscardó, de Segunda B, llevase al día su salario. En casa el dinero escaseaba: su padre, José María, se acababa de quedar sin el camión con el que repartía bombonas de butano por la perifer...

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Hace apenas dos años y medio, desencantado del fútbol y sin un duro, José María Movilla Cubero se recorría las calles de Madrid subido en un camión de basura. Eran tiempos de frustración, casi olvidado ya su gol con el Numancia en aquella célebre eliminatoria copera frente al Barça, casi enterrados sus sueños de ser Martín Vázquez algún día. Debía cumplir con la letra de un piso y no había manera de que el Moscardó, de Segunda B, llevase al día su salario. En casa el dinero escaseaba: su padre, José María, se acababa de quedar sin el camión con el que repartía bombonas de butano por la periferia de Madrid, sin trabajo. Y los ingresos de su madre, Consuelo, como empleada de hogares ajenos, no alcanzaban. Futbolista de tarde, basurero de noche y hasta vendedor en una tienda de deportes por la mañana. Así se resumía tan sólo hace dos temporadas y media la vida de Movilla, hoy con 24 años, interesante centrocampista del Málaga reconocible por su cabeza rapada, una de las grandes revelaciones del campeonato y sobre el que empiezan a depositar su mirada los clubes más poderosos.Pese a su corta edad, Movilla ya ha recorrido mucho fútbol. Durante tres años, de los ocho a los 10, jugó como alevín (mayores de 11) en el Bureva, un equipo de barrio de Leganés, haciéndose pasar por el hermano mayor de un amigo al que falsificó su libro de familia. Luego le fichó el Leganés. Y nada más cumplir los 14, y a regañadientes -siempre sintió los colores del Atlético, pero su padre se empeñó-, se incorporó a las categorías inferiores del Madrid. Conoció países, fue convocado por la selección y convivió con chicos que pronto se convirtieron en estrellas (Raúl, Víctor, García Calvo, Iván Pérez...). Hasta que el Madrid le fue perdiendo la fe. El chico pidió la cesión: probó 20 días con el Extremadura, 15 con el Almería y acabó aceptando el Moscardó, más modesto pero también más próximo a casa. Fichó por el Numancia y participó en aquellas eliminatorias de Copa, concluidas a punto de la proeza ante el Barça, que dieron celebridad al entonces modesto conjunto soriano. Pero se lesionó del pubis, el Numancia trató de rebajarle el sueldo y Movilla tuvo que retornar al Moscardó, donde, para colmo, a los pocos meses le dejaron de pagar. Se acababa de meter en la compra de un piso, su padre estaba en el paro... No había otra salida: gracias a "un enchufe", encontró trabajo como basurero. Desde las once de la noche hasta las cinco de la madrugada, Movilla iba de portal en portal, de mercado en mercado, recogiendo desperdicios. Prefería ir por delante (el que acerca los cubos a la acera y concentra las bolsas en un solo cubo; el que facilita el trabajo) porque se lo tomaba como un entrenamiento. Luego, tras una ducha y unas horas de sueño, acudía a despachar en una tienda de deportes. Y por la tarde, a entrenarse junto a sus compañeros.

Las cosas todavía se le tenían que torcer más. Con el Moscardó a punto de la permanencia, a falta tan sólo de tres jornadas, Movilla se lesionó una rodilla. Su equipo no fue capaz de sobrevivir a su baja y descendió a Tercera. Lo tuvo muy claro: había que dejar el fútbol. "¿Por qué me iría del Leganés?", se decía una y otra vez.

Pero se volvió a encender la luz. Un representante, José Luis Martín Petón, le ofreció fichar por el Ourense, de Segunda. Tan sólo dos días después de realizar su último servicio como basurero, comenzó la pretemporada 1997-98 en el equipo gallego. Ismael Díaz, el secretario técnico del club, se convirtió en entrenador del Málaga, de Segunda B, e hizo todo lo posible por llevarse a Movilla. El 28 de diciembre del 97 se incorporó. Esa temporada subió a Segunda, y al curso siguiente, a Primera. Desde entonces, Movilla, que sólo ha faltado a cuatro partidos, todos por expulsión, se ha convertido en un valor seguro. De todos los rincones futbolísticos se escuchan elogios: juega a uno o dos toques, pierde muy pocos balones y no para de correr, quizás demasiado para su posición de medio centro. Es un tipo bravo y sensato alrededor de quien está construido el Málaga. Interpreta el juego, no se adorna y además llega al área.

Después de pasarlo mal, muy mal, Movilla tiene el éxito a tiro. Pero no descansará hasta quitarse la última espina: lograr que su padre, José María, de 60 años, deje de trabajar en lo que salga (ayudar a un albañil a bajar escombros, por ejemplo) y que su madre, Consuelo, de 58, no limpie más las casas ajenas. De momento, ellos se resisten. Pero Movilla, uno de los futbolistas con mayor proyección, no tira la toalla.

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