Crítica:

Pasión bajo la niebla

23.00 / Drama / La 2Ruby Gentry. Estados Unidos, 1952 (80 minutos). Director: King Vidor. Intérpretes: Jennifer Jones, Charlton Heston, Karl Malden, Tom Tully.Vidor insiste en los aromas desmesurados, cerca de la simple y gozosa borrachera, que presidiera su filmografía después de An american romance (1944). La agonía y la violencia tuercen la muñeca a sus viejas fábulas moralistas a vueltas con el inalienable individualismo como motor de una sociedad en constante progreso. "Yo creo mis propias normas", dice el megalómano y hierático protagonista de El manantial (1949), y desde e...

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23.00 / Drama / La 2Ruby Gentry. Estados Unidos, 1952 (80 minutos). Director: King Vidor. Intérpretes: Jennifer Jones, Charlton Heston, Karl Malden, Tom Tully.Vidor insiste en los aromas desmesurados, cerca de la simple y gozosa borrachera, que presidiera su filmografía después de An american romance (1944). La agonía y la violencia tuercen la muñeca a sus viejas fábulas moralistas a vueltas con el inalienable individualismo como motor de una sociedad en constante progreso. "Yo creo mis propias normas", dice el megalómano y hierático protagonista de El manantial (1949), y desde entonces le secundan todos sus héroes. En esta ocasión, el director retoma punto por punto el tema tratado en la célebre Duelo al sol (1947). De hecho, la protagonista vuelve a ser Jennifer Jones. En una tierra de pantanos y sentimientos en descomposición, una mujer vive presa del despecho. Rechazada por el hombre que ama, se casará con el poderoso patrón del lugar. Todos hermanos. Cuando este último muera, suyos serán el resentimiento, el odio y, finalmente, la venganza. Una venganza que, por supuesto, también se solazará en sus propias carnes. Directamente emparentada con la Bette Davis de Más allá del bosque (1949), Jones será mala más allá de la maldad, del sentido de la medida y de la cordura. Y todo ello para conseguir de nuevo que la estridencia desatada cabalgue a lomos de la tragedia clásica. Lo demás es un acerado y maestro derroche de genio. Al final, todo, y ya para siempre, se antoja más grande que la propia vida.

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