SEVILLA99 La jornada de hoy

De entre las ratas al paraíso

Nadie sabe mejor que Montxu Miranda lo que significa la precariedad para convertirse en atleta. Todavía hace un año se entrenaba en una nave industrial de Portugalete, más parecida a un estercolero que al lugar de preparación de un pertiguista que hoy disputará la final. Miranda, de 22 años, natural de Santurtzi (Vizcaya), recuerda con horror las condiciones en las que se movía: "Al otro lado de la tapia de la nave, todo eran charcos y mierda. Era el paraíso de las ratas", confiesa. Desde octubre de 1998 vive en Madrid y se entrena en el Instituto Nacional de Educación Física (INEF), donde dis...

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Nadie sabe mejor que Montxu Miranda lo que significa la precariedad para convertirse en atleta. Todavía hace un año se entrenaba en una nave industrial de Portugalete, más parecida a un estercolero que al lugar de preparación de un pertiguista que hoy disputará la final. Miranda, de 22 años, natural de Santurtzi (Vizcaya), recuerda con horror las condiciones en las que se movía: "Al otro lado de la tapia de la nave, todo eran charcos y mierda. Era el paraíso de las ratas", confiesa. Desde octubre de 1998 vive en Madrid y se entrena en el Instituto Nacional de Educación Física (INEF), donde dispone de todas las ventajas que le han faltado hasta hace bien poco.La historia de Miranda es anterior a él. Es la historia de su entrenador, Javier Navas, un técnico jovencísimo que descubrió la pértiga por casualidad. "Me aburría con mis amigos y decidí meterme en algún deporte", cuenta ahora. "Lo hice a cara o cruz, literalmente. Si salía cara, haría atletismo. Si salía cruz, me inscribiría en la escuela de remo del pueblo". Salió cruz pero la inscripción en la escuela no empezaba hasta septiembre, así que dedicó aquel verano del 84 a practicar atletismo. Se dedicó a la pértiga por casualidad. No había nadie más y necesitaban uno para completar el equipo. Su breve carrera como pertiguista alcanzó un techo de 4,20 metros, altura modesta que no le impidió sentir la fiebre de la especialidad. Puesto que no podía saltar mucho, sería entrenador.

Navas descubrió a Montxu Miranda entre los niños que acudían a entrenarse al club. Con 14 años le hicieron un estudio antropométrico para determinar su evolución física. Los resultados indicaron que Montxu terminaría por medir 1,86 metros. Los cálculos se quedaron cortos. Miranda mide 1,91 y reúne los recursos físicos ideales como saltador de pértiga. Es grande, fuerte y rápido. Y le gusta lo que hace. "Desde niño me gustó la sensación que produce el aferrarse a un palo flexible que te sube por el aire".

Aprovechó hasta donde pudo las lúgubres condiciones de la nave industrial de Portugalete, pueblo colindante con Santurtzi. A pesar del estado de la superficie del callejón de saltos y de la inseguridad con las colchonetas. "Parecían las colchonetas de la senorita Pepis. Eran tan pequeñas que teníamos que rodearlas con goma espuma para no matarme".

Para paliar la precariedad, Javier Navas y Montxu Miranda se empeñaban en una odisea dos veces por semana. Acudían a San Sebastián, a las pistas de Anoeta para entrenarse. Como tenían coche, enviaban las pértigas por un servicio de mensajería. Ellos salían a las tres de Santurtzi. Se trasladaban en tren hasta Bilbao. Y allí tomaban un autobús hasta San Sebastián. Después del entrenamiento, las pértigas volvían a Santurtzi por el mismo sistema de correo y ellos por el mismo de transporte. "En total eran 200 kilometros, con más de tres horas de viaje. El desgaste era matador".

Su mejor marca es de 5,78 metros. La consiguió el pasado año antes de trasladarse a Madrid. Montxu sueña con saltar hoy 5,85 metros. "Es el escenario ideal", opina. "Después de competir tantas veces en situaciones peligrosas, Sevilla será el lugar perfecto". Saldrá a disfrutar, y no rodeado por las ratas sino por los mejores atletas del mundo.

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