CICLISMO: Tour

El pulsómetro por corazón, y por cerebro un auricular

El pelotón se lamenta de los hechos acaecidos en el pasaje del Gois

El paso del Gois son apenas cuatro kilómetros entre una isla y el continente que el Tour recorrió a velocidad de vértigo (salvo los caídos), y sin embargo parecen interminables. Las heridas físicas se curarán antes o después; los que se vieron forzados al abandono lo olvidarán un día u otro; los que allí dejaron sus ilusiones de ganar el Tour buscan sucedáneos de la victoria para darse ánimos. Pero los efectos morales de lo que allí se vivió sobre el pelotón parece mucho más difícil que se olviden pronto. Los corredores se preguntan y reflexionan. No ya los del ONCE y los del Banesto, las dos ...

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El paso del Gois son apenas cuatro kilómetros entre una isla y el continente que el Tour recorrió a velocidad de vértigo (salvo los caídos), y sin embargo parecen interminables. Las heridas físicas se curarán antes o después; los que se vieron forzados al abandono lo olvidarán un día u otro; los que allí dejaron sus ilusiones de ganar el Tour buscan sucedáneos de la victoria para darse ánimos. Pero los efectos morales de lo que allí se vivió sobre el pelotón parece mucho más difícil que se olviden pronto. Los corredores se preguntan y reflexionan. No ya los del ONCE y los del Banesto, las dos fuerzas a las que la simplificación ha convertido en protagonistas de una polémica menor. Una pequeña guerra que se ha saldado con el tópico de que esto es el Tour y al que no le guste que se vaya. Un debate en el que también han terciado otro equipo beneficiado, el US Postal, y otro perjudicado, el Rabobank. "No hubo ataque", dice Johan Bruyneel, director del conjunto norteamericano. "Simplemente se produjo una circunstancia de carrera. Es como en la París-Roubaix, el que no esté atento y se coloque mal, pierde sus posibilidades. Y una vez producido el corte, colaboramos con el ONCE". Adri van Houwelingen, segundo director del Rabobank, que sufrió la desgracia de la caída de su líder, Michael Boogerd, lo ve de otra forma. "Fue poco deportivo lo que hicieron", dice. "Qué sentido tiene poner a todo el equipo delante a tirar como locos a 100 kilómetros de la meta? No se lo reprocho a los corredores, sino a la dirección del equipo. A 75 kilómetros de la salida, y tras una caída, no me lo explico".

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Pero ese asunto es secundario para los corredores, que ya han tenido tiempo para la autocrítica y decidir si ejercieron bien su oficio o no. No, el pelotón entero habla ahora de otra cosa, se pregunta por el valor de su profesión. Y no parece muy satisfecho con la respuesta que encuentra.

Hubo en la etapa siguiente, la del martes, un gesto del que muy pocos tuvieron noticia y del que muy pocos ciclistas quisieron ayer hablar. Ocurrió al comienzo de la etapa, durante la parada fisiológica. Roberto Conti, ya casi una reliquia de otra forma de convivir, hizo una escapada simbólica: atacó cuando buena parte del pelotón estaba orinando, para recordarles que el día anterior había muchos parados cuando otros atacaron. Muchos corredores le aplaudieron íntimamente. No sólo los que se quedaron cortados o tirados, también los que iban delante en el histórico corte de los seis minutos. "Fue antideportivo", dicen, anónimos, forzados por la ley del silencio de un pelotón adepto a guardar las intimidades secretas. "Una cosa es aprovechar una dificultad de la carrera para forzar el corte, y otra forzar una potencial situación de peligro para salirse con la suya". Se refieren no ya a que el ONCE, una vez producida la caída, acelerara la marcha por delante, sino a lo que provocó el desastre. "Entramos a más de 60, tirados por Cipollini y otros brutos, sobre una superficie deslizante, de adoquines separados por boquetes enormes. Lo sabíamos todos. En cuanto uno tocara el freno le iba a ser imposible controlar la bicicleta. Y a la velocidad que íbamos, casi de sprint, tocar el freno sería inevitable".

Roberto Conti habla con nombre y apellidos y un historial de buena persona impecable, tan grande como sus ojeras. "No sé lo que somos los corredores, pero estamos desunidos. Somos incapaces de ponernos de acuerdo para nada. Antes del Gois, los viejos ya dijimos de entrar despacio, porque conocíamos el peligro y recordamos que en el 93 lo pasamos a 40 por hora, pero los franceses respondieron que la course est la course y no pudimos hacer nada", dice el escalador, gran gregario de Pantani en Tour anterior, ganador en Alpe d'Huez en 1992. "Ya no sé lo que somos. Sólo hacemos caso a lo que nos dice el director por radio. Nos hemos deshumanizado. El pulsómetro ha reemplazado nuestro corazón, y el auricular nuestro cerebro. Pero que no se preocupen, si me responden las piernas, atacaré en el Galibier y ya veremos lo que pasa".

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