El viejo Tour busca sus nuevos héroes

Tiempos convulsos para el ciclismo éstos. Plenos de señales y de presagios difíciles de interpretar. No sólo en comisarías, salas judiciales y despachos federativos se libran batallas inciertas con el dopaje como telón de fondo. También las cosas cambian en el mismísimo ámbito histórico del Tour, en sus señas de identidad, el respeto al pasado, la tradición y todo eso. ¿Cómo no entender, si no, más que como una traición, la adjudicación del dorsal número uno, uno de los símbolos de cualquier carrera, al norteamericano Bobby Julich, tercero en 1998, expropiándoselo al equipo que por tradición d...

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Tiempos convulsos para el ciclismo éstos. Plenos de señales y de presagios difíciles de interpretar. No sólo en comisarías, salas judiciales y despachos federativos se libran batallas inciertas con el dopaje como telón de fondo. También las cosas cambian en el mismísimo ámbito histórico del Tour, en sus señas de identidad, el respeto al pasado, la tradición y todo eso. ¿Cómo no entender, si no, más que como una traición, la adjudicación del dorsal número uno, uno de los símbolos de cualquier carrera, al norteamericano Bobby Julich, tercero en 1998, expropiándoselo al equipo que por tradición debería llevarlo, el Mercatone Uno del ausente ganador de 1998, Marco Pantani? Y también las cosas cambian en la carretera, en el mismo pelotón, entre los 180 corredores, que se sienten huérfanos de un tirano, de un patrón, una libertad que ha despertado el apetito de una nueva generación de ciclistas, los llamados frescos, todo un símbolo de renovación para un ciclismo que, dicen, quiere renacer con nuevos cimientos. Tour convulso promete ser el de 1999, y, por lo tanto, apasionante. ¿El escenario? El de siempre. Aún se mantienen intocables los viejos puertos, los esquemas de toda la vida, el concepto que ha hecho de la grande boucle la carrera de referencia: Alpes, Pirineos, tres llegadas en alto (Alpe d"Huez, Sestrière y el insólito Piau Engaly), dos contrarreloj llanas... y pare usted de contar. Los optimistas con memoria recrean el Tour de 1983. Recuerden, Bernard Hinault, el campeonísimo de la década, va más allá de sus límites para ganar la Vuelta a España y debe renunciar al Tour. De los ganadores de la prueba francesa sólo queda en activo un envejecido Lucien van Impe. Toda una generación en retirada asiste a la entrada en tropel en el territorio sagrado del Tour de unos jóvenes debutantes y descarados. Son Delgado, Arroyo. Es Laurent Fignon (el vencedor), de 23 años. Van Impe acabó cuarto. La situación se reproduce 16 años más tarde. Jan Ullrich y Marco Pantani, los hombres que pugnaban por la herencia de Induráin, se han quedado en el camino. Hay unos cuantos veteranos, los que otros años formaban la corte de los ganadores, que, como el Pascal Simon que se rompió la clavícula de amarillo en el 83, no paran de pensar en voz alta que ésta es la suya; y seguro que hay algún debutante que piensa sin decírselo a nadie que ésta sí que es la suya.

Por orden de aparición en el Tour abre la marcha Alex Zülle, el suizo de 31 años que estrena equipo, el Banesto, y que ya se ha vestido un par de veces de amarillo Tour, en el 92 (cuando se hablaba de su capacidad de alternativa real a Induráin) y en el 96 (cuando no estuvo en su sitio en el momento en que Induráin dejó de ser Induráin). Entre la sanción que le tuvo en paro hasta el 1 de mayo y una gastroenteritis de 10 días que le deprimió, su estado no es muy alentador para el asalto a la jerarquía. También de su época son Escartín y Olano, otros habituales de las plazas altas. Menos veteranos en el Tour y en las alturas ciclistas son los miembros de un grupo que empezó a revelarse hace un par de años y que en el 1998 de las retiradas pobló los diez primeros lugares. Son el tejano Bobby Julich, un ambicioso de 27 años que para unos cuantos representa una alternativa de poder sólida; está el holandés Michael Boogerd (quinto en el 98), otro ambicioso de 27 años que ya se ha ilustrado en las clásicas este año. Y está otro norteamericano, el Lance Armstrong, de 27 años también, que superó un cáncer y que en el camino se transformó como corredor: de hombre de un día a hombre Tour pasando por un cuarto puesto en la Vuelta. También anda por aquí, aunque silencioso y tímido, Ivan Gotti, el reciente ganador del Giro, que también conoce el amarillo Tour: fue líder efímero en 1995. Terminó quinto, pero desde entonces no ha podido acabar ningún Tour. Hay otra cuadrilla que nunca ha mostrado su verdadera fuerza en esta prueba. Ciclistas veteranos hechos y derechos que han destacado sobre todo en el Giro. El Pável Tonkov, de ya 31 años, que ha programado toda la temporada con la vista puesta en el Tour; el Giuseppe Guerini habitual entre los primeros del Giro, fichado por el Telekom para ser el gran ayudante de Ullrich en la montaña y que ha debido asumir nuevos galones a toda velocidad.

Pero los peligrosos de verdad no son ellos. Los peligrosos son los nuevos, aquéllos a quien nadie ha visto disputar un Tour sin cortapisas, son los debutantes de la generación fresca. Seguro que hay un nombre que nadie es capaz de citar ahora, pero seguro que todos piensan en el italiano Stefano Garzelli, el segundo del Pirata Pantani en el Mercatone Uno; o en el kazajo Alexandre Vinokurov, otro tipo completo; y también, aunque no sea un debutante en sentido estricto (conoció el Tour en 1996), en Paolo Savoldelli, el italiano que vuela en los descensos y que terminó segundo el Giro.

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