CRÍTICACANCIÓN

Corte de mangas

Ismael Serrano Teatro Olympia. Valencia, 23 de febrero de 1999.El de cantautor parecía, hasta hace sólo unas temporadas, un término francamente devaluado y en acelerado proceso de descomposición. Al menos, para un alto porcentaje de jóvenes más o menos concienciados (la denominada generación del 0"7%, por ejemplo) incapaces de conectar o identificarse, por motivos obvios, con los referentes de sus mayores. Una nueva casta de artistas, hábilmente localizados por los cazatalentos de la industria en el lugar y en el momento oportunos, ha conseguido poner las cosas en su sitio o, como mínimo, dev...

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Ismael Serrano Teatro Olympia. Valencia, 23 de febrero de 1999.El de cantautor parecía, hasta hace sólo unas temporadas, un término francamente devaluado y en acelerado proceso de descomposición. Al menos, para un alto porcentaje de jóvenes más o menos concienciados (la denominada generación del 0"7%, por ejemplo) incapaces de conectar o identificarse, por motivos obvios, con los referentes de sus mayores. Una nueva casta de artistas, hábilmente localizados por los cazatalentos de la industria en el lugar y en el momento oportunos, ha conseguido poner las cosas en su sitio o, como mínimo, devolverle al género algo de esa credibilidad y dignidad que algunos ya creían imposibles de recuperar. Así pues, demostrar -con suculentas ventas y llenazos como el del pasado martes; se rumoreaba, de hecho, en los pasillos del teatro que Ismael Serrano no tardará en volver a Valencia- que la música sin artificios -aunque, en esta ocasión, deliciosamente maquillada con percusiones, a cargo del veterano Javier Bergia, bajo o teclados- y la más bella poesía concebida, a la manera de Gabriel Celaya o Paco Ibáñez, como un arma cargada de futuro, todavía conserva validez y predicamento es un logro considerable. Sobretodo porque, independientemente de que el fenómeno de los nuevos cantautores destile un cierto tufillo a moda pasajera que obliga a tomar precauciones y a separar con cuidado los gatos de las liebres, el hecho de que una multitud de jóvenes haya convertido el tremendo tema Papá, cuéntame otra vez en un himno incuestionable, se levante apasionadamente de sus asientos con el puño en alto al sonar México insurgente o se derrita de emoción al escuchar el estremecedor Vine del norte (aderezado con un oportuna solicitud de justicia contra dictadores y genocidas) supone un mayúsculo corte de mangas para quienes todavía hablan de falta de compromiso e ideas, y, más aún, para aquellos otros que predican lo de "España va bien". No estaría de más que unos y otros bajaran a este tipo de arenas para constatar de primera mano lo que opina, piensa y canta buena parte de la juventud actual. O quizá no: peligro de infarto. Saldar deudas Al madrileño Ismael Serrano, además, hay que reconocerle un segundo mérito: actualizar convenientemente los contenidos de la canción de autor con citas, guiños, sentimientos y compromisos con los que es (casi) imposible no identificarse a poco que el corazón aún palpite (Mi vida no hay derecho, Atrapados en azul o A las madres de mayo, entre otras). No obstante, aunque exquisito, el envoltorio (es decir, determinadas melodías o su forma de cantar y pellizcar las cuerdas de su guitarra) continúa sin saldar deudas con las enseñanzas de clásicos como Silvio Rodríguez o Joan Manuel Serrat. Después de dos álbumes (Atrapados en azul y el reciente La memoria de los peces) ya debería empezar a pensar en ampliar su listado de influencias. No estaría mal.

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