El Real Madrid se derrumba en Berlín

Los de Luyk se despiden de la segunda plaza tras su desastrosa actuación ante el Alba

El Madrid se despidió ayer en Berlín de la segunda plaza de su grupo con una semana de antelación. Era aquél un premio que le otorgaba ventaja en el factor campo para los octavos de final. Pero a los jugadores blancos pareció importarles un bledo esa circunstancia. Porque peor, lo que se dice peor, no lo puede hacer el Madrid. Si a Herreros y compañía les hubiera dado por tirar a fallar hubieran metido más canastas que ayer. Ni hurgando en el lado más oscuro de la memoria madridista es posible toparse con 20 minutos como los primeros. El conjunto dirigido por Luyk brindó a la afición berlinesa...

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El Madrid se despidió ayer en Berlín de la segunda plaza de su grupo con una semana de antelación. Era aquél un premio que le otorgaba ventaja en el factor campo para los octavos de final. Pero a los jugadores blancos pareció importarles un bledo esa circunstancia. Porque peor, lo que se dice peor, no lo puede hacer el Madrid. Si a Herreros y compañía les hubiera dado por tirar a fallar hubieran metido más canastas que ayer. Ni hurgando en el lado más oscuro de la memoria madridista es posible toparse con 20 minutos como los primeros. El conjunto dirigido por Luyk brindó a la afición berlinesa una faena ridícula, espantosa, indigna de un equipo no ya de su condición, que eso es obvio, sino de cualquier grupo de profesionales. Las cifras no pueden por menos que sonrojar: el Madrid se fue al descanso con un botín de 21 puntos, con una sola canasta conseguida desde la media distancia y ninguna más allá del perímetro. Con Angulo y Struelenes, por poner dos ejemplos, con cero puntos en su haber. ¿O hay que decir en su debe?

ALBA BERLÍN 79 REAL MADRID 64

Alba Berlín: Garris (14), Pesic (4), Rodl (18), Wendell Alexis (12), Femerling (2); Hammink (12), Lutcke (9), Bogojevic (6), Maras (0) y Schultze (2). Real Madrid: Lasa (5), Angulo (4), Herreros (8), Struelens (7), Tanoka Beard (11); Santos (3), Sergio Luyk (2), Iker Iturbe (10) y Bobby Martin (14). Árbitros: Sudek (Eslovaquia) y Muhvic (Croacia).Unos 9.000 espectadores en el Max Shmeling Hall de Berlin. En los otros partidos del grupo H disputados ayer, el Villerbanne cayó en Estambul, en la pista del Ulker (86-64), mientras el Olimpia Liubliana derrotaba al Zadar (61-72) en la cancha del equipo croata.

Se fue al descanso el Madrid zarandeado, herido en el marcador (39-21) y en cualquier aspecto que tenga que ver con el amor propio. Semejante escabechina se la produjo un equipo, el Alba Berlin, cuya única credencial es su liderato en la Liga alemana y que la próxima semana dirá adiós a la competición europea, eliminado como está hace ya tiempo. Un equipo que, eso sí, se esmeró en defensa y se empeñó en darles una satisfacción a los 9.000 fieles que hasta su cancha se acercaron.

Se la dieron. La víctima resultó ser el club más laureado del continente, el rey de esta competición. Quién lo diría. La diferencia entre ambos equipos, ayer, fue de talante y de talento. Un asunto grave. El Madrid se topó con una defensa seria y esforzada, como otras muchas veces, y respondió ante ella como nunca lo había hecho: suicidándose.

El Alba aceleró desde el inicio y encontró la misma oposición que hubiera encontrado en el colista de la Liga alemana. Se despidió de su rival en un periquete (11-2, m.5) y pasó por encima de detalles como el no jugarse nada. El Madrid lo falló todo, excepto dos tiros libres, durante siete minutos. Aquella historia parecía cambiada. Y cambiada siguió hasta el descanso. Después, el conjunto español pareció desperezarse (52-40, m.10), pero pronto volvió a una realidad que le señalaba con el dedo acusador (68-42, cinco minutos después). De ahí al final, sólo el orgullo de jugadores como Martin o Iturbe, los mejores del Madrid, permitieron que menguaran las diferencias. Pero lo que nunca menguó fue la sensación de impotencia y de incapacidad que dejó el Madrid en Berlín, donde se derrumbó espectacularmente antes de enterrar cualquier esperanza de ser segundo de grupo, lo que, por lo visto, importaba un comino.

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