La generación escondida

María Antonia Sánchez, León, Ruano y Serna completan un grupo de buenas jugadoras eclipsado por Arantxa y Conchita

Los éxitos de Arantxa Sánchez Vicario y de Conchita Martínez han eclipsado casi por completo la evolución que ha tenido el tenis femenino español durante esta década. La explosión de Arantxa y Conchita, a finales de los años ochenta, y su permanencia en la élite mundial durante todos estos años provocó la segunda revolución del tenis español. La primera la realizó Manuel Santana en los años sesenta, cuando convirtió en masivo un deporte de carácter muy selectivo, y con sus triunfos obligó a construir pistas en todo el territorio español.

Cuando llegaron Arantxa y Conchita, el tenis ya e...

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Los éxitos de Arantxa Sánchez Vicario y de Conchita Martínez han eclipsado casi por completo la evolución que ha tenido el tenis femenino español durante esta década. La explosión de Arantxa y Conchita, a finales de los años ochenta, y su permanencia en la élite mundial durante todos estos años provocó la segunda revolución del tenis español. La primera la realizó Manuel Santana en los años sesenta, cuando convirtió en masivo un deporte de carácter muy selectivo, y con sus triunfos obligó a construir pistas en todo el territorio español.

Cuando llegaron Arantxa y Conchita, el tenis ya era un deporte muy popular en España. Por tanto, su principal mérito no fue ampliar las licencias ni fomentar la creación de nuevas instalaciones. Su aportación fue más bien de calidad. Es decir, consiguieron que muchas niñas, y sus padres, modificaran sus esquemas y vieran el tenis como un deporte elegible, apto para las mujeres y que podía llegar a convertirse en una importante fuente de ingresos. Fue la manera de que un elenco de buenas atletas entraran en el tenis y comenzara a surgir la posibilidad de un relevo.

A la sombra de los títulos de las dos mejores jugadoras de la historia del tenis femenino español —Lilí Álvarez no logró ganar ningún Grand Slam—, surgió una generación obligada a realizar grandes proezas para atraer la atención. Para Gala León, Vivi Ruano, Maria Antonia Sánchez e incluso Magüi Serna, despuntar no resultó fácil. Su espejo y el listón por el que se las juzgó estaba muy alto: Arantxa ha ganado cuatro títulos del Grand Slam (tres Roland Garros y un Open de EE UU), y Conchita, otro (Wimbledon); además, Arantxa ha jugado otras ocho finales y ocho semifinales, y Conchita, otra final y ocho semifinales.

Comparados con estos currículos, los dos títulos de Vivi Ruano (Budapest 98, y Cardiff 97), los cuartos de final del Grand Slam logrados por ella y los octavos de Gala León, Magüi Serna y recientemente por María Antonia Sánchez aparecen como ridículos. Pero no lo son. Cada una de ellas sabe lo mucho que le ha costado abrirse camino.

"Ya hace tiempo que todas ellas se mueven entre las 50 primeras del mundo", explica Eric Van Harpen, el entrenador que introdujo en el circuito a Arantxa, Conchita y Serna. "Todas ellas han tenido momentos brillantes, como el de Maria Antonia Sánchez en Australia frente a Novotna", prosigue. "Las conozco bien y sé que tienen buenos fundamentos. Pero con un resultado no basta. Hay que confirmar este nivel de juego un día tras otro, una semana tras otra. Y alguna de ellas debería realizar ya su explosión tenística".

Si explotar es ganar un torneo del Grand Slam, puede que no lleguen a explotar nunca. Pero hay algunos hechos que demuestran que al menos han aportado cosas importantes al tenis español: el título de Cardiff de Ruano en 1997 fue el único que logró una tenista española aquella temporada; Magüi Serna resultó fundamental en la consecución de la Copa Federación en 1998 (la quinta), puesto que salvó la eliminatoria de cuartos de final ante Alemania; y ahora, Maria Antonia Sánchez ha sido la española que más lejos ha llegado en el Open de Australia.

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