FÚTBOL LIGA DE CAMPEONES

Una liturgia en estado puro

Las circunstancias hicieron del encuentro un partido total. Llegaba un clásico, el Juventus de Turín con Giovanni Agnelli a la cabeza y San Mamés lo recibía con expectación. El Athletic se jugaba su definición en la Liga de Campeones: continuar con aspiracioes o atender a la seguna mitad de la liguilla como un espectador de lujo que pudiera determinar el acontecer del campeonato. Y el Juventus también. Y el público lo esperaba con devoción. La Directiva había previsto un mosaico rojiblanco con 25.000 cartelones de ambos colores para invadir la moral del encuentro y atenazarla como una infe...

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Las circunstancias hicieron del encuentro un partido total. Llegaba un clásico, el Juventus de Turín con Giovanni Agnelli a la cabeza y San Mamés lo recibía con expectación. El Athletic se jugaba su definición en la Liga de Campeones: continuar con aspiracioes o atender a la seguna mitad de la liguilla como un espectador de lujo que pudiera determinar el acontecer del campeonato. Y el Juventus también. Y el público lo esperaba con devoción. La Directiva había previsto un mosaico rojiblanco con 25.000 cartelones de ambos colores para invadir la moral del encuentro y atenazarla como una infección positiva. Y el público respondió con fruicción. Era la Liga de Campeones en estado puro para una ciudad no habitual en estos menesteres que quería romper la imagen de frialdad que había ofrecido en su debú frente al Rosenborg.

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En el País Vasco se viven las últimas jornadas de la campaña electoral y la circunstancia no pasó inadvertida. Las camionetas electorales convivían con los autobuses de las agencias de viaje que anunciaban el próximo desplazamiento a Turín (el 3 de noviembre) en busca de clientes motivados por la adrenalina del momento. Y convivían con los habituales puestos de chucherías futbolísticas que colorean el entorno de rojo y blanco, de blanco y negro (para despistados seguidores del conjunto italiano, protagonista de las tres últimas finales de esta competición).

Y Bilbao se convirtió en un mosaico permanente en el que no quedó una sola camiseta rojiblanca (clásica o centenaria) en el armario. Desfilaban por la ciudad y seguramente se lucían ante el televisor. El mosaico estaba en la calle más que en el campo, aunque los 25.000 cartelones debidamente ordenados anunciaron la salida de los equipos al terreno de juego.

La liturgia de la Catedral combinó la explosión de jubilo no exenta de un cierto recogimiento familiar. Y luego empezó el partido. Y ya fue una cuestión futbolística. Otra historia.

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