CRÍTICACANAL 9

Alarde de mal gusto

Tal vez recuerde el lector aquellas apariciones de los invitados a una de las tertulias televisivas de Jesús Hermida, saliendo tan animosos de un fondo transparente a la manera de los alienígenas de Encuentros en la tercera fase. Aquí Ferran Pina, algo más modesto, se limita a aparecer desde una especie de portalón imitando el trote de una deportiva y alborozada carrerita. Al hombre se le ve feliz en la presentación de un programa que juega con el futbolístico término del tiro libre directo para llevar el agua a su molino titulando el asunto como Lliure i directe. Qué más querría él, se dice e...

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Tal vez recuerde el lector aquellas apariciones de los invitados a una de las tertulias televisivas de Jesús Hermida, saliendo tan animosos de un fondo transparente a la manera de los alienígenas de Encuentros en la tercera fase. Aquí Ferran Pina, algo más modesto, se limita a aparecer desde una especie de portalón imitando el trote de una deportiva y alborozada carrerita. Al hombre se le ve feliz en la presentación de un programa que juega con el futbolístico término del tiro libre directo para llevar el agua a su molino titulando el asunto como Lliure i directe. Qué más querría él, se dice el espectador, que debe conformarse con el directo en detrimento de lo libre. En la noche del lunes tenían en el plató como invitados a la plana mayor de la bronca futbolera. Nada menos que Paco Roig, el compostelano Caneda y, ábrase el cielo, Javier Clemente. Y no pasó nada digno de mención. Se ve que las nuevas maneras impuestas por la férrea Genoveva liquidan no sólo el erotismo cutre de medianoche sino también la trifulca de cada día, aunque los invitados deban su gloria a su propensión al alboroto. Para qué invitar a Roig si se le impide embroncarse. De qué sirve traer a Clemente si se le fuerza a la moderación. Qué hacía por allí Caneda en pose filosófica. Es como invitar a Arévalo para que no cuente chistes. Aún así, fue transparente la adicción a la tiranía de Roig, la incomodidad de Clemente en su papel de ursulina, la impostura de Gaspar Rosety en funciones de periodista agresivo. Eso, y el bochorno ante ese anciano periodista de ficción al que llaman Vicentet y que viene a ser el resumen del ya famoso autoodio valenciano. Lo mejor de ese espacio es su título. Lástima que tampoco sea auténtico.

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