"Blasco Ibáñez salvará a El Cabanyal"

Nacido hace 47 años en Valencia, donde estudió la carrera, Escribano se especializó en urbanismo y en 1981 entró en el Ayuntamiento, entonces gobernado por el PSPV. Recibió el encargo de ordenar el viejo río y dirigió después la Oficina del Plan General. En 1991, poco después de la llegada de la derecha a la alcaldía, pidió la excedencia de su puesto de funcionario de carrera para dedicarse al ejercicio de su profesión. Se muestra satisfecho del balance de 10 años de aplicación de su Plan General, lamenta que se haya "arrumbado" el proyecto del Jardín del Turia y se muestra partidario de la pr...

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Nacido hace 47 años en Valencia, donde estudió la carrera, Escribano se especializó en urbanismo y en 1981 entró en el Ayuntamiento, entonces gobernado por el PSPV. Recibió el encargo de ordenar el viejo río y dirigió después la Oficina del Plan General. En 1991, poco después de la llegada de la derecha a la alcaldía, pidió la excedencia de su puesto de funcionario de carrera para dedicarse al ejercicio de su profesión. Se muestra satisfecho del balance de 10 años de aplicación de su Plan General, lamenta que se haya "arrumbado" el proyecto del Jardín del Turia y se muestra partidario de la prolongación de Blasco Ibáñez. Pregunta. ¿Es necesario revisar el Plan General de Valencia? Respuesta. A corto plazo, no me parece que sea urgente. Se revisa un plan general cuando el modelo de desarrollo de la ciudad está agotado y cuando existen grandes proyectos que se quieren introducir y no caben en el planeamiento. Cuando se hizo el Plan General vigente, en 1988, la ciudad necesitaba meter un montón de grandes proyectos nuevos y los que había del plan de 1966 eran obsoletos y nadie creía en ellos -autopistas por el río y por la costa, etcétera-. En este momento los grandes proyectos sobre los que se habla en la ciudad -parque central, balcón al mar, rondas, metro- están en el plan de 1988. Creo que, con algunos ajustes el plan puede aguantar bastantes años más. P. Dentro de poco se cumplen diez años de la aprobación del plan. ¿Cuál es el balance de su aplicación que hace el padre de la criatura"? R. Mi balance es que fue el plan que la ciudad necesitaba en aquel momento y durante 10 años ha permitido que la ciudad haya ido plasmando, sin demasiados problemas, los grandes proyectos que necesitaba. Ha sido un documento aceptado por todas las administraciones y por el sector inmobiliario, ha permitido unas reglas del juego claras y yo estoy muy satisfecho de cómo se ha desarrollado. También estoy satisfecho de que habiéndose gestado en una etapa de gobierno socialista, el PP haya seguido aplicándolo. Era lo mejor que le podía pasar a la ciudad, que necesitaba una etapa de estabilidad en sus determinaciones urbanísticas básicas. Es satisfactorio que ninguno de los proyectos que contemplaba aquel plan haya sido cuestionado: los debates urbanísticos en la ciudad giran hoy en torno a esas grandes ideas: acabar la ciudad, no ocupar excesiva huerta, hacer las rondas de circunvalación, el parque central, la remodelación de la fachada marítima. P. Sin embargo, algunas cuestiones no han salido tan redondas como se pensaron. ¿Se ha prostituido el Plan General que usted elaboró? R. Pienso que no. Quien diseñe un planeamiento pensando que la ciudad tiene que aceptarlo como si fueran las tablas de la ley de Moisés, para un periodo de más de 16 años, o piensa que el urbanismo es más de lo que es, o piensa que los poderes públicos no los eligen los ciudadanos para mandar sino para obedecer a los técnicos, y mi opinión es la contraria. El plan establece unas reglas de juego, que se han respetado en un 90% o un 95%. El 5% que no obedece a las previsiones iniciales parece muy llamativo, pero no es tan importante. El Plan General no sólo no se ha prostituido, sino que la ciudad lo ha desarrollado con lealtad, dándole estabilidad a la ordenación urbanística de Valencia, permitiendo que el sector inmobiliario crea en él y comprometiendo inversiones que superan probablemente los cienmil millones de pesetas en infraestructura urbana y desarrollo inmobiliario. P. Pero se han criticado aspectos como los estudios de detalle, que colegas suyos califican como una gatera por la que se han colado proyectos que desvirtúan el plan y que dejan el diseño en manos de los promotores. R. Los estudios de detalle no son una gatera, sino una posibilidad legal. Sin ellos no se puede hacer la arquitectura singular que la ciudad necesita -para crear hitos y permitir a los arquitectos expresar su creatividad- y que no puede estar en un plan general que ordena 4.000 manzanas con un nivel de definición muy esquemático y homogéneo. ¿Es cuestionable el resultado de alguno de ellos? Critíquese. Pero son decisiones legítimas tomadas por quienes pueden tomarlas, que son los poderes públicos que han elegido los ciudadanos. P. Pero algunos han dado como resultado edificios que no destacan precisamente por su belleza. R. Es posible que algunos estudios de detalle hayan dado lugar a edificios desafortunados y a mí personalmente como arquitecto no me gustan; pero de eso a decir que son las empresas inmobiliarias las que imponen sus reglas, va un abismo. Los funcionarios municipales son muy estrictos, aplican las reglas por igual y tienen en cuenta los intereses públicos. Y después, porque se someten a exposición pública y cualquiera puede opinar sobre ellos. Yo prefiero correr el riesgo de que algún estudio de detalle dé lugar a un mal edificio, que el riesgo contrario, que es convertir a Valencia en una ciudad chata y plana sin la posibilidad de que exista arquitectura relevante. P. La polémica ha resurgido en torno a dos viejos proyectos: el acceso norte al puerto y la prolongación de Blasco Ibáñez. ¿Qué sensación le produce el que vuelvan ahora al primer plano? ¿Son problemas que nadie se atreve a resolver? R. Son proyectos complicados que requieren una madurez. El de Blasco Ibáñez ha requerido un periodo largo en el que el gobierno mjunicipal ha tenido que darse cuenta de que era absurdo no tomar una decisión, porque El Cabanyal no podía permitirse seguir esperando. Por otro lado, la mayoría de la ciudadanía está a favor de la prolongación. Como el Ayuntamiento, que sabía perfectamente que el proyecto iba a generar protesta. Una vez tomada la decisión, que considero correcta, lo que hay que hacer es que las rayas que el urbanista dibuje vayan asentándose. P. ¿Es necesaria la prolongación? R. Yo creo que sí, forma parte de los proyectos que pueden definir el alma de la ciudad. Siempre he dicho que Valencia no será la misma el día en que un ciudadano en las verjas de Viveros mire hacia la avenida y sepa que al final está el Mediterráneo, y no una muralla de casas sin demasiado interés histórico. El Paseo al Mar encarnaba una ilusión profunda de la ciudad de conectar bien con el mar; es verdad que hay otras avenidas, pero ninguna con la contundencia de esta. Pero, además, se diga lo que se diga, es la avenida la que va a salvar al Cabanyal, porque va a integrar perfectamente el barrio. Es una polémica que en ninguna otra ciudad hoy se hubiera planteado. El encuentro de Valencia con el mar no se puede producir de forma más nítida con ninguna otra avenida y el factor coste-beneficio -no niego que pueda haber algunas pérdidas patrimoniales en el Cabanyal-, si el proyecto es respetuoso, y me consta que lo es, es favorable. Después de esa avenida, Valencia será otra, no vivirá igual su relación con el mar. P. ¿La racionalidad de esa actuación no lleva implícita una prolongación lineal con la anchura actual? R. Todos los compromisos en materia de urbanismo dejan un poco un sabor de frustración. A mí también me lo deja este. Pero no dejo de reconocer que probablemente sea el punto de equilibrio que la ciudad puede permitirse en este momento. Empeñarse en una prolongación recta significa dibujar dos rayas, como se hizo hace 100 años, y esperar otros 100 años a que se consolide como avenida. La prolongación con 48 metros de anchura es una buena solución. P. ¿Y el acceso norte al puerto? R. Pues creo que cade vez es menos un acceso norte al puerto y cade vez más una ronda de la ciudad trazada por el litoral, y esto es lo que no se está contando. P. ¿Como lo sucedido con el cinturón litoral de Barcelona? R. Voilá. Está claro. El acceso norte pudo tener sentido cuando el puerto tenía su centro de gravedad al norte, cuando la ZAL no se había proyectado. En aquel momento Isabel de Villena y Eugenia Viñes no estaban urbanizadas y el proyecto era relativamente asumible. Pero se descartó. ¿Por qué renace ahora? En mi opinión, porque el Ministerio de Fomento sabe que el by pass se ejecutó muy mal y pequeño. La ampliación al tercer carril lo va a seguir dejando insuficiente. El ministerio lo que pretende no es tanto ofrecer un acceso norte al puerto como enlazar la A-7 con la autovía de El Saler y con la V-30: es decir, cerrar un anillo de circunvalación por la fachada marítima. P. Hay un gran proyecto, el Parque Central, del que ya se hablaba cuando se aprobó el plan, que lo relegó al planeamiento diferido. R. Es un proyecto de enorme importancia para la ciudad porque permite resolver dos problemas cruciales: el sistema ferroviario y la escasez de zonas verdes en esa zona. P. ¿Y el Jardín del Turia? R. Lo triste del Jardín del Turia es que al proyecto de Ricardo Bofill se le atacó diciendo que era caro, inasumible por la ciudad, y que no se podía hacer. Aquello se impuso como dogma de fe, y nadie hizo números, cuando el diseño de Bofill es básicamente un marco de plantación de árboles y es tan caro o tan barato como todo lo que se ha hecho; simplemente, estaba ordenado y tenía unidad. Pero, sin ninguna explicación, un proyecto que tuvo una gran aceptación popular se arrumba para hacer una sucesión de proyectos a salto de mata y de cualquier manera. Hoy el Jardín del Turia necesitaría un proyecto de armonización, para unificar recorridos, especies, y dotarle de una unidad que en la actualidad no tiene. Es una vergüenza que un jardín lineal de casi nueve kilómetros acabe siendo una sucesión de tramos sin ton ni son.

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