TOUR 98

Los errores de Ullrich

La cabeza ha sido el punto más vulnerable del alemán en su fracaso

Jan Ullrich era un mito en construcción, el dueño del futuro y del siglo XXI del ciclismo. Después del Tour que todo ha cambiado, Jan Ullrich es un mito en reconstrucción. Su figura, y todo lo que representa, ha quedado seriamente tocada. Un campeón es genética, instinto, entrenamiento y cabeza. Hasta allá donde llega, la ciencia de la preparación puede moldearlo, limitar sus déficits, mejorar más sus defectos, pero hay una parte inalterable en sus características: la fuerza mental. Puede ser tocada en algunos aspectos: capacidad de sufrimiento, hambre de victorias, voluntad de superación, per...

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Jan Ullrich era un mito en construcción, el dueño del futuro y del siglo XXI del ciclismo. Después del Tour que todo ha cambiado, Jan Ullrich es un mito en reconstrucción. Su figura, y todo lo que representa, ha quedado seriamente tocada. Un campeón es genética, instinto, entrenamiento y cabeza. Hasta allá donde llega, la ciencia de la preparación puede moldearlo, limitar sus déficits, mejorar más sus defectos, pero hay una parte inalterable en sus características: la fuerza mental. Puede ser tocada en algunos aspectos: capacidad de sufrimiento, hambre de victorias, voluntad de superación, pero no en lo fundamental. Y Ullrich, ejemplo supremo, más aún que Induráin, por ejemplo, del método científico, de la programación y de todas las ilusiones del deporte moderno, no tiene una cabeza perfecta. La máscara, esa metáfora que personalizó Induráin, esa tranquilidad aparente hasta en los peores momentos que trastornó, desmoralizó y aplacó los ánimos de todos los rivales, se le ha caído a Ullrich demasiadas veces. Sólo hacía falta un Pantani para arrancársela cuando empezaba a vacilar.Ullrich, el gigante alemán que a los 23 años pareció haber alcanzado una madurez atlética tal que le permitía ser único en los dos terrenos que marcan la diferencia, la contrarreloj y la montaña, ya estuvo a punto de perder el Tour del 97. Aquel día de soledad en los Vosgos, de pánico, lo salvó porque Virenque tuvo miedo de enfrentarse a su destino, miedo de intentar ganar por fin el Tour, de dejarse de batallitas por fin, miedo de fracasar. Ullrich ha perdido este Tour porque Pantani, que ya había ganado el Giro y una etapa en los Pirineos, no tuvo miedo a perderlo todo en el Galibier.

En el entorno de Ullrich, una extraña mezcla de vieja sabiduría belga (Pevenage, su hombre de confianza, Godefroot, su director oficial) y de ciencia alemana ajena a la cultura del gran ciclismo (el equipo médico de la universidad de Friburgo), se apunta a los errores del invierno como clave del fracaso. "El próximo año seguro que lo preparamos de otra forma", deja caer Pevenage. Se refiere el rubicundo ex corredor sobre todo a los famosos 10 kilos de más adquiridos en fiestas y barritas de kit kat, al imprevisto de gripes y catarros en febrero y marzo y al apresuramiento forzado en mayo y junio para bajar a sus 73 kilos de forma. Pero también podría referirse al exacerbamiento del modelo LeMond o Induráin, o como pensar que el ciclismo sólo y exclusivamente es Tour. Terminado el Tour 97, Ullrich sólo corrió una prueba de la Copa del Mundo (quedó segundo en Zúrich) y unos critériums alimenticios. Se tomó vacaciones y no disputó su siguiente carrera en serio hasta 10 meses después, la Vuelta a Suiza del pasado junio. La primavera se la pasó en el autobús de los culogordos o delante del camión escoba, como en la Vuelta al País Vasco. Fue víctima del éxito temprano: si un ciclista queda segundo en su primer Tour cuando tiene 22 años, si gana el Tour a los 23, ¿cómo puede pensar en motivarse para algo más?

Y ese mismo flechazo instantáneo con la grande boucle también le impidió aprender de los errores: los que había cometido le habían pasado inadvertidos por falta de competencia. Jan Ullrich es demasiado gregario para ser un gran campeón. Depende en exceso de su equipo. Sin Bolts a su lado, o sin Riis, es víctima del pánico instantáneo. Cuando no lleva las riendas de la situación no sabe qué hacer. Pinchó al pie del Plateau de Beille y su única reacción fue la de recuperar el tiempo perdido a toda velocidad, llegando agotado a la cabeza en el momento justo en que el sabio Pantani inició su ataque (perdió sólo 1.40m en los 13 kilómetros de ascensión gracias a que el generoso Piepoli le marcó un ritmo de marcha cuando él miraba hacia atrás sin saber qué hacer). Se quedó sin equipo en el Galibier observando impotente cómo surgían ataques de todos los lados (Leblanc, Escartín, Boogerd...) y viendo salir volando a Pantani. Su reacción entonces fue infantil, de orgullo herido: aceleró su marcha hasta explotar. Víctima del pánico no supo moderarse, disimular su día malo. "Cometió errores de principiante", dijo Godefroot. "No comió y se puso un body de manga corta para el descenso en vez de un chubasquero. Se dejó matar por el frío". Perdió nueve minutos. Su nueva reacción de orgullo, el ataque en La Madeleine el día siguiente sólo sirvió para que Pantani se asegurara el triunfo final.

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