Reportaje:

La noche del crimen de Jarabo

Cuarenta años después del cuádruple asesinato, un taxista rememora su encuentro con el homicida

Él, entonces, tenía 25 años. Y aquélla era una noche de verano, una noche de julio del año 1958, sin más. Él, hace ahora exactamente 40 años, era taxista en un Madrid de señoritos, con olor a repollo y canciones dedicadas por la radio.-Qué quiere que le diga. Yo no supe hasta días después que aquélla era la noche del crimen.

Él se llama Ambrosio Ros. Y aquella noche no llevaba uniforme de taxista.

-Yo no sé si sabe que, entonces, los taxistas teníamos que ir de uniforme: la chaquetilla azul y una gorra entre portero de cabaré y capitán de Marina.

La cartilla de taxista dec...

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Él, entonces, tenía 25 años. Y aquélla era una noche de verano, una noche de julio del año 1958, sin más. Él, hace ahora exactamente 40 años, era taxista en un Madrid de señoritos, con olor a repollo y canciones dedicadas por la radio.-Qué quiere que le diga. Yo no supe hasta días después que aquélla era la noche del crimen.

Él se llama Ambrosio Ros. Y aquella noche no llevaba uniforme de taxista.

-Yo no sé si sabe que, entonces, los taxistas teníamos que ir de uniforme: la chaquetilla azul y una gorra entre portero de cabaré y capitán de Marina.

La cartilla de taxista decía en la primera de sus disposiciones importantes: "Todo conductor de vehículos destinados al servicio público deberá vestir constantemente el uniforme adoptado por el excelentísimo Ayuntamiento, sin que por causa alguna se le exima de esta obligación".

Ambrosio Ros, aquella noche de verano, estaba eximido de llevar el uniforme porque no estaba de servicio. Aunque si se toma la disposición al pie de la letra, los taxistas debían llevar el uniforme -"constantemente"- hasta para el débito matrimonial.

-Yo había ido a la cafetería Nápoli. Estaba en la calle de San Bernardo esquina a la de Antonio Grilo. Conocía al encargado. Se llamaba Pablo Zapico. Ya murió, el hombre. El bar también ha desaparecido. Yo había ido allí... Bueno, y por una camarera por la que tenía interés.

En el Nápoli sólo encontró a un hombre alto, muy alto, de pelo corto y cara redonda que bebía cerveza con coñac.

-No era un combinado muy frecuente, ¿sabe?, pero había gente que lo tomaba. Era un matahombres. Pablo, el encargado, me dijo que no me fuera, que no se fiaba de aquel tipo. Así que me quedé. La camarera, la que le dije, salió de la barra y se puso a recoger el local. Entonces aquel hombre se acercó a ella. Casi la tapaba con su enorme corpachón. Le dijo: "¿Por qué barres?".

Ambrosio Ros se fue hacia él. Le golpeó en el hombro con la mano abierta. El hombre le miró y le dijo: "¿Quién eres?".

-Yo, por decir algo, le contesté: "Soy el dueño de Transportes Ochoa". Se le notaba muy cargado. Me miró y me dijo: "Ya te conozco". Entonces, Pablo, el encargado, le pidió que se marchara de allí, que era muy tarde y que iban a cerrar. Le vimos cruzar San Bernardo y dirigirse hacia un bar que hay en la esquina de la calle del Pez. Ahora creo que se llama Pasos o Dos Passos. No recuerdo el nombre que tenía entonces.

El taxista Ambrosio Ros volvió días después a la cafetería Nápoli. Pablo, el encargado, le enseñó la fotografía que traían los periódicos. Era él, sin duda alguna. Se llamaba Jarabo y había matado a cuatro personas.

-Todo por una joya. Jarabo había empeñado una joya propiedad de una amiga suya. Cuando quiso recuperarla, la prestamista le pidió más dinero de lo convenido. Fue al domicilio de la prestamista y mató a la criada. Luego esperó a que llegaran los dueños y les mató también. Pasó la noche con los tres cadáveres y, al día siguiente, bajó a la tienda y mató al socio. Pero no pudo encontrar la joya. Ya ve, fue un crimen inútil, si es que alguno no lo es. Le cogieron porque tuvo el cuajo de llevar su ropa manchada de sangre a la tintorería.

El caso Jarabo llenó las páginas de los periódicos. Salieron coplas en pliegos de cordel que se cantaban por las calles.

Y España entera, estremecida, supo que aquel horrendo crimen lo había cometido alguien de muy buena familia. Un tío suyo, Ruiz Jarabo, sería, transcurrido el tiempo, ministro de Justicia. Ahora, 40 años después, Ambrosio Ros recuerda aquella noche y cómo comentó y echó cuentas con Pablo, el encargado del Nápoli, y cómo llegaron a la conclusión de que aquélla había sido la noche del crimen y que, posiblemente, Jarabo había estado buscando en la cerveza y el coñac el punto de locura que le permitiera romper cuatro vidas.

-Lo que son las cosas. Tiempo después una pelea con un cabo de la Policía Nacional me llevó ocho días a la cárcel de Carabanchel. Un día vi cruzar por la galería a aquel hombre alto, de pelo corto y cara redonda. Iba a jueces. Ya ve usted.

Jarabo fue condenado a morir por garrote vil. Pero ésa es otra historia.

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