Holanda no quiere guerra

El equipo de Hiddink afronta relajado su debú ante Bélgica

Guus Hiddink, el valiente, debió soportar en la Eurocopa 96 el desmoronamiento de la selección con más talento de los últimos años. Los conflictos raciales dentro de un equipo en el que el color de la piel y el talento se dividen de igual a igual acabaron con todas las promesas de éxito. Para continuar con las riendas, el ex técnico del Valencia puso una sola condición: sentó a todos en una mesa de paz y les obligó a cesar las hostilidades. Así han llegado a París. La última selección que lo ha hecho. Sólo un par de días antes de su enfrentamiento inaugural con Bélgica, el encuentro más di...

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Guus Hiddink, el valiente, debió soportar en la Eurocopa 96 el desmoronamiento de la selección con más talento de los últimos años. Los conflictos raciales dentro de un equipo en el que el color de la piel y el talento se dividen de igual a igual acabaron con todas las promesas de éxito. Para continuar con las riendas, el ex técnico del Valencia puso una sola condición: sentó a todos en una mesa de paz y les obligó a cesar las hostilidades. Así han llegado a París. La última selección que lo ha hecho. Sólo un par de días antes de su enfrentamiento inaugural con Bélgica, el encuentro más difícil y más teñido de rivalidades históricas. No dejan de ser vecinos.Pero con poco ánimo guerrero han desembarcado en Versalles. Sabiendo cuál sería la única veta que la prensa iba a explotar, de acuerdo salieron todos para decir lo mismo: "Las disputas se han olvidado. Somos todos buenos amigos". Demasiado relajados, a primera vista. Sin la tensión que dicen los belicistas debe acompañar a todo guerrero a la batalla. Demasiados gestos para satisfacer a los que dicen que los holandeses, los dueños de una belleza formal en el fútbol inigualable, adolecen de falta de instinto asesino, de la maldad necesaria para ganar. Quizás se deba todo a la última influencia de su concentración en la neutral Suiza, o de la perspectiva de su continuación en el no menos pacífico Mónaco. Es una generación tan dotada (la constructora del último Ajax grande, la proveedora del Barça campeón de Liga) que acude sin la presión de acabar con la última frustración: la no-coronación mundial pese a haber aportado al fútbol su última revolución con el fútbol total de los 70. Que acude después de haber hecho una fase previa sin mácula (en ella ganaron a Bélgica con facilidad en la ida y en la vuelta) y unos últimos partidos de preparación espléndidos (5-1 a Nigeria y Paraguay). "Nos gusta que nos asignen un papel de favoritos", resume Hesp, el guardameta suplente.

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En este ambiente primaveral, sólo perturbado por el frío que está haciendo, ni siquiera desentona que Patrick Kluivert aproveche la ocasión para decir que no quiere seguir en el Milan; ni siquiera preocupa tampoco la posibilidad de que su estrella Dennis Bergkamp, el goleador del Arsenal, lleve dos meses sin jugar un partido oficial por lesión ("tiene el alta médica", dice Hiddink, "pero aún no está para jugar un partido completo"); o que el bastión defensivo Frank de Boer aún arrastre molestias en un tobillo. Son problemas menores de un equipo al que algunos periodistas ya han apodado el Van Barça.

El equipo azulgrana, que no para de bucear en la cantera holandesa, tiene aquí a Hesp, Reiziger, Bogarde, Cocu y Zenden, los dos últimos, fichajes recientes. También sigue intentando la contratación de los gemelos De Boer y hasta de Kluivert.

Todos esperan con los brazos abiertos sus prestaciones, no así la visita de sus hooligans, reputados broncas que, para preocupar más, coinciden en las carreteras y ferrocarriles de llegada con la vía de los belgas, que no les andan a la zaga.

De todas formas, los analistas intentan calmar los ánimos recordando que más que los aficionados de la selección, los que organizan los desafueros son los de los clubes en enfrentamientos directos.

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