SE ACABÓ LA LIGA

Consagración en la Catedral

El Athletic alcanza la Liga de Campeones tras vencer al Zaragoza con un gol de Joseba Etxeberria

Sostiene el Athletic la versión decimonónica del fútbol, mediante una regla nunca escrita. Sostiene Luis Fernández que cien años de fútbol en Bilbao no han debido pasar en balde y apela con frecuencia a la reliquia que reduce al valor del ánimo todo el complejo diseño del fútbol. Ayer, en un partido disputado sobre la hornacina de la emotividad, recurrió a su discurso más tradicional: reclamó a sus más aguerridos futbolistas y les dio libertad de cátedra para vivir la noche (futbolística) a tope en busca de la gloria europea. Eran once futbolistas enviados a una consagración en la Catedral, si...

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Sostiene el Athletic la versión decimonónica del fútbol, mediante una regla nunca escrita. Sostiene Luis Fernández que cien años de fútbol en Bilbao no han debido pasar en balde y apela con frecuencia a la reliquia que reduce al valor del ánimo todo el complejo diseño del fútbol. Ayer, en un partido disputado sobre la hornacina de la emotividad, recurrió a su discurso más tradicional: reclamó a sus más aguerridos futbolistas y les dio libertad de cátedra para vivir la noche (futbolística) a tope en busca de la gloria europea. Eran once futbolistas enviados a una consagración en la Catedral, sin más argumentos que la voluntad y la fe, indispensable para el caso.Sostiene el Athletic que la fe y el entusiasmo son argumentos suficientes para encarar un partido, más aún un acontecimiento como el que ayer festejaba Bilbao. El Zaragoza cumplió su papel con creces: era un invitado necesariamente molesto en un acto particular de fe rojiblanca.

La Catedral, fiel al espíritu lorquiano, se puso íntima como una pequeña plaza. Ruidosa, animosa, rendida de antemano al proyecto de ilusión. La opción de la Liga de Campeones había reconvertido un subcampeonato en una línea para la historia. El partido, sin embargo, tuvo visos de cotidianidad, de no haber sido por el singular murmullo de la parroquia. Salvada la salida briosa, prevista en la libertad decretada por Luis Fernández, el encuentro se reconvino a las jornadas habituales de San Mamés. Un par de libres directos de Julen Guerrero reanimaron el corazón de la muchachada. Después, el Zaragoza, como tantos visitantes de San Mamés, cogió las llaves del partido y lo manejó a su gusto. Cogió el balón, lo movió con el criterio que imponía Garitano, un jugador en el ojo del huracán por su pasado, y sin demasiada voluntad ofensiva se precavió de sustos en su área.

El propio Garitano puso un nudo en la garganta cuando disparó a la media hora con notable peligro, después de que Roberto Ríos se enredara con el balón en el área pequeña, en la jugada anterior.

Y en esto llegó el gol por la vía de las circunstancias. Disparó Urzaiz, disparó Guerrero y disparó Etxeberria. Una jugada conflictiva, incluso para el colegiado porque incluye un fuera de juego posicional de Guerrero. No era lo previsto, en virtud de lo exhibido sobre el césped. Fue una jugada aislada resuelta por la vía rápida y con un notable esfuerzo individual.

Al Athletic se le cambio el chip de su ordenador habitual. Tenía la segunda mitad para conservar, frente a su pelicula prevista: machacar el resultado cuando lo físico predomina sobre lo técnico y lo estratégico.

El Zaragoza curiosamente resultó mas inofensivo cuando tuvo la urgencia del resultado para adornar su remota posibilidad de inscribirse en la Recopa. Con el Athletic replegado, conservador y eficaz, el Zaragoza demostró que la iniciativa está reñida con la personalidad. Supo, como era previsible, manejar la presión del encuentro. Curiosamente el Athletic se manejó mejor con la presión del resultado. La segunda mitad no fue un culto al fútbol, sino un monumento a la pasión. El Athletic desplegó toda la capacidad física que le ha llevado hasta el subcampeonato y a la gloria de una inesperada Liga de Campeones que paralizó Bilbao desde las diez de la noche y la explotó a partir de la medianoche.

El Athletic ejercitó el fútbol control que acostumbra a referir en los tramos finales del campeonato. No pasó apuros. El Zaragoza, que seguía tocando y manejando, fue perdiendo metros y por lo tanto posibilidad de gol, tranquilizando la previsible tensión que podía hundir las ilusiones bilbaínas.

El Athletic se acorazó. Tenía los futbolistas previstos para ello. Un par de contragolpes, siempre imaginados por Alkiza, le resarcieron los fantasmas, especialmente cuando Real Madrid y Real Sociedad amenazaban su privilegio.

El Zaragoza seguía funcionando a impulsos de Garitano y por las intermitencias de Radimov, pero cada vez veía a Imanol Etxeberria a mayor distancia. La tensión era ambiental más que deportiva. Esos momentos que el futbolista vive con cierta placidez lo que el espectador sufre en la grada.

El fútbol es así. El Athletic se encontró con una situación histórica, que le propició el Zaragoza y que ayer no pudo hurtarle en San Mamés. El equipo de Luis Fernández he recobrado la fuerza mental que le distingue en los momentos definitivos. No ha perdido en las ocho últimas jornadas y eso le ha permitido afianzarse en la parte más caliente del campeonato. Ayer fue fiel a su costumbre. Un fútbol entregado, rabioso, rudimentario, básico. Todo aquello que dista de los cánones de la modernidad, pero que han fundamentado cien años de historia sancionados ayer con una cita histórica. Probablemente en ningún sitio como en Bilbao se hubiera vivido así una Liga de Campeones. Era la consagración cien años después.

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