FÚTBOL 22ª JORNADA DE LIGA

La Real agranda la herida del Madrid

El conjunto de Heynckes exhibió una total ruina defensiva y acabó goleado en Anoeta

El Madrid se traía muchos deberes a Anoeta: actitud, psicología, espíritu colectivo, capacidad técnica, un debate profundo en su sala de máquinas y una discusión profunda respecto a todo lo que ejecuta. Demasiado trabajo para noventa minutos y frente a un rival que le discute con razón su jerarquía. Un puñado de goles y un descrédito manifiesto de su sistema defensivo fue su único resultado. Lo demás fue apariencia, un discurso de buena conducta en aplicación humana pero absoluto desajuste entre líneas. La cuestión trasciende más allá de asuntos estéticos u organizativos. No se trata tanto...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El Madrid se traía muchos deberes a Anoeta: actitud, psicología, espíritu colectivo, capacidad técnica, un debate profundo en su sala de máquinas y una discusión profunda respecto a todo lo que ejecuta. Demasiado trabajo para noventa minutos y frente a un rival que le discute con razón su jerarquía. Un puñado de goles y un descrédito manifiesto de su sistema defensivo fue su único resultado. Lo demás fue apariencia, un discurso de buena conducta en aplicación humana pero absoluto desajuste entre líneas. La cuestión trasciende más allá de asuntos estéticos u organizativos. No se trata tanto de debatir el doble medio centro como de convenir que con el talonario agotado en fichajes, el Real Madrid no tiene defensores. Sin Hierro, la línea es quebrada y el equipo se desvanece con facilidad. Si además ayer se lesiona Karanka, el conjunto de Heynckes vive al borde del precipicio. Muchos metros más allá, el problema se recrudece. Raúl es la sombra de sí mismo, no ha perdido la inventiva pero la ejecución es a cámara lenta y ha expulsado el gol de su cuerpo.Todo ello explica el desasosiego realista en Anoeta. Un equipo incapaz de gestionar una ventaja temprana, de malgastar un máximo castigo y de sucumbir con estrépito por su desaplicación colectiva. A prior¡ se antojaba un cambio de actitud en el equipo de Heynckes que le permitió agarrar el partido por el cogote. La Real Sociedad había reconvenido la precaución en inactividad y le permitía maniobrar al Madrid con absoluta soltura, al amparo de Redondo y Seedorf, en busca siempre de las excursiones de Karembeu por su costado. Raúl anunció su malestar en un remate fallido de cabeza que Morientes rectificó minutos después en una desaplicación defensiva de los donostiarras.

Más información

Todo salía a pedir de boca para el Madrid, que disponía de la pelota, tiraba de la defensa hacia adelante y ahogaba a la Real en su centro más improductivo, la mitad del campo. Pero la lesión de Karanka le desconcentró: ganó a Jaime, pero Panucci junto a Sanchis amenazaba ruina: en un lugar donde la Real observa su mejor aplicación.

La Real Sociedad le dio la vuelta al marcador en un abrir y cerrar de ojos, con el intermedio del penalti detenido por Alberto a Roberto Carlos, que lanzó con absoluta ingenuidad. Bien es cierto que el volteo realista tuvo el parabién arbitral al conceder el segundo gol a pesar del manifiesto fuera de juego de Kovacevic, que desvió el disparo de De Pedro.

El partido vivía el toma y daca, en un homenaje al fútbol ofensivo, aunque fabricado por las lagunas defensivas de unos y otros que por la actitud rompedora de los contendientes.

Nadie tenía el balón. La Real, al cotragolpe, y el Madrid, al amparo de la conexión entre Seedorf y Karembeu, conseguían llegar con facilidad suprema a sus respectivas áreas contrarias pero con un rendimiento desigual.

El Madrid se obcecó en ese costado y condenó a Savio a un proceso de congelación que acabó devolviéndole al vestuario. Era un partido frenético, democrático, basado en la igualdad de oportunidades. Pero el Madrid no tenía gol. Raúl y Morientes distan mucho de disponer de la capacidad de resolución que abona su hoja de servicios, y el Madrid moría con facilidad o en las manoplas de Alberto, covertido de principio a fin en héroe del encuentro.

La Real Sociedad le metió al partido los kilómetros que el Madrid no requería para sobrevivir. Por los costados sembró su particular pánico y por el centro halló la fortuna necesaria para encarrilar el encuentro en un periodo. La reanudación del partido culminó el calvario madridista. En apenas 35 segundos Craioveanu se recorrió el campo y se plantó ante Cañizares mientras los defensores del Madrid asistían atentos a la jugada del rumano, que sin embargo fue incapaz de resolver. Kovacevic resultó, medio minuto después, más determinante.

El Madrid anunciaba su desastre, aunque Roberto Carlos reanimó la emotividad del encuentro con un disparo lejano que superó a Alberto. Fue una reacción artificial porque el Madrid tenía demasiadas heridas en el cuerpo. Tras veinte minutos de cierto asedio madridista, Aranzabal obtenía el gol de la tranquilidad.

Archivado En