Tribuna:

La otra 'Jet'

Trabajó en la construcción durante 52 años, de los 13 a los 65. Tenía vértigo, pero lo mantuvo en secreto todo ese tiempo. Subía a los andamios rezando maldiciones, sujetándose con un tercer brazo que le salía del alma como un gancho pirata. La intemperie y ese duelo consigo mismo en las alturas le han dado un rostro muy curtido, de piel de lija. Odiaba los atascos de tráfico, así que se levantaba muy temprano para circular en solitario. Una noche se cruzó con la muerte, pero él le enseñó una llave inglesa muy grande que llevaba en la guantera y la muerte se largó.No le gusta la expresión Terc...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Trabajó en la construcción durante 52 años, de los 13 a los 65. Tenía vértigo, pero lo mantuvo en secreto todo ese tiempo. Subía a los andamios rezando maldiciones, sujetándose con un tercer brazo que le salía del alma como un gancho pirata. La intemperie y ese duelo consigo mismo en las alturas le han dado un rostro muy curtido, de piel de lija. Odiaba los atascos de tráfico, así que se levantaba muy temprano para circular en solitario. Una noche se cruzó con la muerte, pero él le enseñó una llave inglesa muy grande que llevaba en la guantera y la muerte se largó.No le gusta la expresión Tercera Edad. Le suena a plan Prever de desguace. Soy un viejo, dice con una sonrisa dura de Clint Eastwood albañil. La próstata va bien. Tal como le recomendó un amigo pescador de calamares, desayuna cuatro vasos de agua hervida y una manzana amarga. Ahora me habla entusiasmado de un viaje de pensionistas a Benidorm. Lástima que su mujer ya no viva. El viaje se hizo algo largo, pero pararon en monumentos que le impresionaron. ¡Aquéllos sí que eran maestros de obra! Al principio iba cohibido, mirando por la ventanilla. Pero también él acabó cantando el Acelere, señor conductor, e incluso, como solista, un bolero titulado Envidia y el fado Povo que lavas no río.

Al llegar a Benidorm, ante el hormiguero de la gran playa, sintió un vértigo distinto al del andamio, pero se dejó llevar poco a poco. A los dos días compró unas bermudas de colores chillones, una riñonera y una visera de los Chicago Bulls. En el hotel, delante del espejo, se rió de sus pantorrillas blancuzcas. Hizo gimnasia matutina, comió con ketchup, bailó Macarena, pero también valses, bebió algo más de la cuenta y ligó con una pensionista encantadora que se parecía a Lauren Bacall.

¿Y cómo se despidió?, le pregunté al albañil de las pocas palabras.

"Adiós, muñeca".

Archivado En