Crítica:'LOS NEGOCIOS DE MAMÁ'

La naftalina vuelve para quedarse

Definitivamente, la naftalina ha vuelto a TVE para quedarse. A esta conclusión pudo llegar cualquiera que la noche del lunes viera Los negocios de mamá, último intento de la televisión pública por plantar cara a las comedias amables de la competencia. Los negocios de mamá se las tiene que ver con Querido maestro. O sea, que Rocío Dúrcal y José Sancho deben mantener un pulso con Emma Suárez e Imanol Arias por los favores de la audiencia. Entrando en el terreno de las apuestas, uno diría que Tele 5 va a ganar la batalla. Y no será porque Querido maestro sea una obra m...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Definitivamente, la naftalina ha vuelto a TVE para quedarse. A esta conclusión pudo llegar cualquiera que la noche del lunes viera Los negocios de mamá, último intento de la televisión pública por plantar cara a las comedias amables de la competencia. Los negocios de mamá se las tiene que ver con Querido maestro. O sea, que Rocío Dúrcal y José Sancho deben mantener un pulso con Emma Suárez e Imanol Arias por los favores de la audiencia. Entrando en el terreno de las apuestas, uno diría que Tele 5 va a ganar la batalla. Y no será porque Querido maestro sea una obra maestra, sino porque Los negocios de mamá es un producto tan desfasado como carente de convicción que podría haber estado hecho hace veinte años y cuya forma resulta ofensiva para cualquier espectador que no dejara de ver la tele en los tiempos de Estudio 1.Si nos sumamos a las teorías de McLuhan según las cuales el medio es el mensaje, Los negocios de mamá, con sus horrorosos diseño de producción, vestuario y banda sonora, nos impediría prestar atención a lo que cuenta la historia. Es decir, que para ver completo un episodio de esta serie hace falta un esfuerzo moral del que no todo el mundo es capaz. Hay que resistir la agresión cromática de los pijamas de José Sancho, el atuendo de artista total del novio de la hija de Rocío Dúrcal y los vestidos de tigresa de María Luisa San José. Hay que resistir ese piso de pesadilla en el que vive la familia protagonista. Hay que resistir esa partitura que no tiene nada que envidiar a las que eran comunes en las películas del landismo.

Una vez superados estos escollos llegamos a un guión correcto, poco original y excesivamente amable que los actores recitan con las mismas dosis de corrección, escasez de originalidad y amabilidad. Ninguno de ellos está especialmente mal. Todos cumplen dignamente y hacen lo que pueden, siguiendo el viejo refrán que reza estos bueyes tenemos, con estos bueyes aramos. De este modo, José Sancho hace de marido tarambana, Rocío Durcal de esposa y madre ejemplar, María Luisa San José de amiga pizpireta, María Adánez de hija díscola y Zoe Berriatúa de hijo grunge, lógicamente enganchado a Internet, que está más cerca del Shaggy de Las aventuras de Scooby Doo que del difunto Kurt Cobain.

¿Qué les sucede a estos personajes tan agradables como poco estimulantes?. Pues las habituales dichas y desdichas de cualquier familia del primer mundo, explicadas por el uionista, Ignacio del Moral, con eficacia profesional, algún hallazgo aislado y mucha rutina. El resultado es un producto digno y gris, con pocas posibilidades de batir a la competencia, torpedeado por una forma, por una imagen, que debería haber desaparecido de nuestras pantallas hace un montón de años.

Archivado En