Regreso a los años oscuros

Aunque en ésta de 1996 sea sólo la tercera Vuelta de Induráin, la tercera vez que sale con intención de ganarla, y aunque muchos no lo crean, la historia de la relación de Miguel Induráin con la Vuelta es más antigua que la que mantiene con su carrera-fetiche, el Tour. La de 1996 será la octava Vuelta en la que participe. Una carrera en la que aún no ha podido ganar ninguna etapa, pero que, muchos de su equipo aún lo lamentan, si en su última participación, en 1991, no se hubiera anulado por la nieve la etapa reina.Una historia que, incluso, comenzó de forma más brillante que su relación con e...

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Aunque en ésta de 1996 sea sólo la tercera Vuelta de Induráin, la tercera vez que sale con intención de ganarla, y aunque muchos no lo crean, la historia de la relación de Miguel Induráin con la Vuelta es más antigua que la que mantiene con su carrera-fetiche, el Tour. La de 1996 será la octava Vuelta en la que participe. Una carrera en la que aún no ha podido ganar ninguna etapa, pero que, muchos de su equipo aún lo lamentan, si en su última participación, en 1991, no se hubiera anulado por la nieve la etapa reina.Una historia que, incluso, comenzó de forma más brillante que su relación con el Tour, aunque luego se convirtió por un paisaje de travesía de los años oscuros de su carrera, aquéllos en que el gigante navarro no era para la mayoría más que uno de esos culos-gordos que en aquellos tiempos empezaban a salir de las fábricas de aficionados españolas. Uno más destinado a ganar pequeñas carreras sin excesiva montaña y con más de una contrarreloj. Sin embargo, todos se equivocaban.

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Induráin estaba dándose cuerpo a sí mismo. Aprendiendo a sufrir en los puertos arrastrando sus 85 kilos de entonces. Aprendiendo a convertirse en un campeón. En abril de 1985 fue un desconocido neoprofesional el que terminó segundo en el prólogo de la Vuelta tras el fallecido holandés Bert Oosterboch. Todavía era un desconocido cuando dos días después, llegando a Orense, Oosterboch se descolgaba y Miguel se convertía, a los 20 años, en el más joven maillot amarillo de la historia de la Vuelta. Aquello le valió un par de reportajes y el recordatorio de unos cuantos, pero pocos, de que Induráin era muy bueno, que había ganado dos contrarrelojes -una por equipos- en el anterior Tour del Porvenir. Terminó la Vuelta a más de dos horas del ganador, Pedro Delgado. Todo lo que haga Induráin no debe sorprender a nadie, porque está capacitado para ello, avisaba en 1986 Echávarri.

A más de dos horas de Pino, ganador, terminó aquel año la Vuelta. En 1998, lo mismo, enfermedad y abandonó. En 1989, peor suerte aún cayó bajando el Fito -otra vez la etapa de los Lagos- y se retiró. El gran Induráin volvió a salir en 1990, cuando se presentó como líder del Banesto, aunque terminó séptimo y la jefatura del equipo la tuviera que tomar Delgado, que concluyó segundo tras Giovanetti. Y en el 91, lo dicho, la nevada de Pla de Beret.

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