INFANTIL

Una cocina fallida

Con la excusa argumental de que las cosas más habituales de una cocina cobran vida, el grupo Teatre Buffo (Valencia) ha montado una función para niños en la que se mezclan la interpretación de una actriz, Empar Claramunt, y la manipulación de objetos. Son pocos los momentos en que ambos trabajos alcanzan la calidad necesaria para sostener un montaje de una hora.Los de Teatre Buffo han partido de la voluntad de realizar un montaje desternillante, y ése es su principal fracaso: difícilmente consiguen arrancar unas sonrisas con alguno de los seis sketches del espectáculo, y, en cualqui...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Con la excusa argumental de que las cosas más habituales de una cocina cobran vida, el grupo Teatre Buffo (Valencia) ha montado una función para niños en la que se mezclan la interpretación de una actriz, Empar Claramunt, y la manipulación de objetos. Son pocos los momentos en que ambos trabajos alcanzan la calidad necesaria para sostener un montaje de una hora.Los de Teatre Buffo han partido de la voluntad de realizar un montaje desternillante, y ése es su principal fracaso: difícilmente consiguen arrancar unas sonrisas con alguno de los seis sketches del espectáculo, y, en cualquier caso, parecen provocadas más por el elemento sorpresa de algunas piezas del atrezzo (como el huevo frito gigante) que por la supuesta comicidad de los episodios.

Situaciones tan disparatadas como las de un cruasán empeñado en embestir con sus cuernos, dos panecillos que realizan viajes espaciales en una curiosa nave, unos zapatos danzarines, una sopa de letras gigantesca, una sartén respondona empeñada en cocinar algo ajeno a la voluntad de, la cocinera y un surtido de frutas -carne de macedonia- aterradas ante la suerte de tres peras que han acabado convertidas en compota, no son suficientes para asegurar la terapéutica carcajada que los componentes del grupo reclaman.

El principal acierto de Rebelión en la cocina ocurre en el plano de lo teórico, es decir, de los conceptos que han servido de punto de partida al espectáculo y que, precisamente por ser más arriesgados (y por supuesto, no plasmarse sobre el escenario con la garra suficiente), han dado al traste con él.

El montaje se apoya en algunos elementos que a priori lo hacen interesante, como la reivindicación del teatro de objetos (manipulados en este caso mediante varillas), la factura correcta de los objetos mismos o la clave de payaso en la que se sitúa el trabajo de la actriz. Todos ellos hacen de Rebelión en la cocina una función atractiva sobre el papel, que se aleja de territorios manidos y de lugares comunes del teatro para niños, con un afán creativo que por sí solo otorga carta de naturaleza al espectáculo, pero el, esfuerzo, al fin, resulta vano: por causas obvias, como es la pésima iluminación, que parece destinada a señalar la presencia del manipulador antes que a disimularla, y por causas menos obvias, más reflexivas, como la sospecha de que en la elección de un lenguaje más actual, distante del teatro de títeres más rancio, no hay sino puro gesto, sólo forma, carente de sustancia alguna.

Rebelión en la cocina. Centro Cultural de la Villa, sala 2. Plaza de Colón, s/n. Metro Colón. Día 12 de mayo, a las 16.45. 600 pesetas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En