Capacidad y discreción

Dos catalanes, Jaume Vicens y Joan Sardá (el primero de Gerona y del mes de junio, el segundo de Barcelona y del mes de abril) hacen del peldaño de 1910 un rellano importantísimo en la hisitoria generacional de los economistas españoles (en el que coinciden cronológicamente con Julio Caro o Grande Covián, por sólo citar a otros que también se han ido hace poco).El primero de ellos, Vicens, fallecido en 1960, conseguirá, con, una personalidad poderosa y atrayente como pocas, impulsar la más fecunda escuela de historia económica de la España contemporánea. El segundo, Sardá, con una forma de ser...

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Dos catalanes, Jaume Vicens y Joan Sardá (el primero de Gerona y del mes de junio, el segundo de Barcelona y del mes de abril) hacen del peldaño de 1910 un rellano importantísimo en la hisitoria generacional de los economistas españoles (en el que coinciden cronológicamente con Julio Caro o Grande Covián, por sólo citar a otros que también se han ido hace poco).El primero de ellos, Vicens, fallecido en 1960, conseguirá, con, una personalidad poderosa y atrayente como pocas, impulsar la más fecunda escuela de historia económica de la España contemporánea. El segundo, Sardá, con una forma de ser en la que la discreción era probablemente a la. vez estilo, estético y pauta ética, contribuirá, tanto en el plano académico como en el de la política económica, a avances sustanciales, decisivos.

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En el académico, principalmente por algunas de sus obras, en particular dos: la publicada por, primera vez en 1949, La política monetaria y las, fluctuaciones de la economía española en el siglo XIX, a partir de la cual ha podido reinterpretarse la historia económica del ochocientos español; y la incluida en el tomo El Banco de España, una historia económica, de 1970, fundamental para la mejor comprensión del Plan de Estabilización y Liberalización de 1959, entre otros pasajes determinantes de la España del novecientos.

Precisamente es ese episodio de la política económica española, el Plan del 59, el que otorgará ya siempre a Sardà una estatura excepcional entre los economistas españoles, pues él fue el hombre clave de la situación, al frente entonces del Servicio de Estudios, del Banco de España. Una ocasión cuyo desenlace sólo resulta explicable a partir de las dotes que convierten a Sardà en un ejemplo para todos los economistas: solidez profesional y capacidad, tan discreta como eficaz, para la acción.

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