FÚTBOL DÉCIMA JORNADA

El Madrid pierde la onda

El Albacete se aprovecha de los errores del equipo de Valdano en la segunda parte

El Madrid vivió una experiencia amarga en AIbacete. Es un terreno del que desconfía y vivas muestras dio de ello. Un trallazo de Maqueda desde 30 metros volcó el balance madridista. Lo que fue un partido cómodo, lo que era una victoria poco menos que rutinaria, se transformó en un empate indigno. De nuevo, un remate aislado a seis minutos del final tuvo el mismo valor que el mayor peso del juego madridista. Dirán que se repitió la historia del año pasado, pero han sucedido demasiadas cosas en varios meses como para no admitir semejante conclusión. El Madrid ganó un título por el camino y el Al...

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El Madrid vivió una experiencia amarga en AIbacete. Es un terreno del que desconfía y vivas muestras dio de ello. Un trallazo de Maqueda desde 30 metros volcó el balance madridista. Lo que fue un partido cómodo, lo que era una victoria poco menos que rutinaria, se transformó en un empate indigno. De nuevo, un remate aislado a seis minutos del final tuvo el mismo valor que el mayor peso del juego madridista. Dirán que se repitió la historia del año pasado, pero han sucedido demasiadas cosas en varios meses como para no admitir semejante conclusión. El Madrid ganó un título por el camino y el Albacete se armó para jugar en Segunda. Y su juego es de segunda. Un Madrid demasiado sensible a cualquier agente externo abandonó el terreno de juego con signos de humillación.El fútbol del Albacete es un fútbol de sequía. Lo constata el público del Carlos Belmonte, que mira al cielo y vive pendiente de Zalazar. Sus zapatazos a larga distancia, sus maniobras en cada acción a balón parado,constituyen el único patrimonio ofensivo formalmente hablando del equipo manchego. Cualquier otra consideración es marginal.

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Mediada la primera parte, el partido transcurría en una llanura. No había nada en el horizonte salvo algún adorno de Laudrup, cómodamente instalado entre líneas. El Madrid había adoptado una actitud permisiva, más pendiente de no descomponerse que de colocar a su rival en dificultades, como lo prueba la posición excesivamente retrasada de Milla, más tiempo guarecido entre la defensa que en funciones de medio centro. El balón era del Madrid, como suyo era el dominio y buena parte del territorio, cedido generosamente por el Albacete, dispuesto a no tomar la iniciativa. Sus acciones merecían también el silencio del público, consciente de la diferencia que separaba a sus contendientes. El tiempo transcurrió sin prisa, entre algún que otro error de Esnáider, que tardará tiempo en entender cómo fue posible que fallara todos sus debates con el portero.

Se hizo larga la espera. El sopor hizo mella en el respetable, una parte del cual optó por bajarse a la cantina para eludir las apreturas. En ésas llegó el gol de Raúl, que resolvió de un toque todas las indecisiones que antes había mostrado Esnáider. El pase de Amavisca llevaba más rutina que peligro, pero Raúl sacó provecho de una defensa poco atenta. El público aceptó el gol. No hubo reproches. La noche nació sin encanto.

Roto el empate justo antes del descanso quedaba por testificar qué daría de sí un partido sin emoción. En ese aspecto, el Madrid abundó en su conservadurismo. Es decir, Milla se mantuvo en su sitio.

Pero el destino hizo un guiño y el trámite dio paso a la emoción. El Madrid pasó por La Mancha sin tono. No tuvo autoridad para hacer valer la enorme distancia que le separa del Albacete. Hubo detalles al margen: cuando expulsaron a Alkorta (faltaban seis minutos), Valdano sustituyó a Chendo por Raúl. El mero hecho de que al Albacete le anularan legalmente un gol al llevarse Kasumov el balón con la mano invirtió los términos del encuentro. De golpe, el Albacete cobró fuerzas mientras el Madrid emprendía una retirada incomprensible. El detalle no podía pasar desapercibido: estamos ante un equipo hipersensible.

La indignación del público con el árbitro, más aparente que real puesto que la mano de Kasumov no dejaba lugar a dudas, obró un efecto contagioso. El Madrid empezó a sufrir sin cuento, entre la sorpresa de Sandro y Michel que habían saltado al campo para amarrar la victoria y la situación les obligaba a actuar de legionarios. Sin más hilación con el juego que la voluntad de rebelarse ante la derrota llegó el disparo de Maqueda, lejos de Buyo y rodeado de defensas. Tomó un centro largo, dejó botar el balón y puso toda la fe del mundo en su remate. Fue un trallazo con mensaje: Maqueda puso más deseo en ese balón que el Madrid en centenares de pase sin cuento.

El gol dio paso al delirio y al asedio del Albacete, que a punto estuvo de alcanzar la victoria en una llegada de Zalazar a los dominios de Buyo. El Madrid había desaparecido en ocho minutos. Viajar a Albacete con el freno de mano puesto fue una experiencia bochornosa. El Madrid jugó con miedo. De su miedo nació un empate con sabor a fracaso. El Albacete rindió tributo a la fe, pero la sequía perdura en el Carlos Belmonte, aunque ayer vieran caer un gol del cielo.

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