Tribuna:

Cuenta atrás

En todo fin hay un principio. Una vez terminadas las elecciones municipales y parte de las autonómicas, empieza la cuenta atrás de las generales. Hace más o menos un año estábamos sacando punta a las elecciones europeas y andaluzas y ahora los sacerdotes escrutan sus cerebros de calcular y diseñan la nueva tensión electoral. Las sociedades modernas tienen tantos factores de integración como de desintegración, pero la cultura del espectáculo nos ayuda a sentirnos partícipes del sistema. Todo está calculado: cuando termina la Liga de fútbol empieza el Tour de Francia y casi a continuación los to...

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En todo fin hay un principio. Una vez terminadas las elecciones municipales y parte de las autonómicas, empieza la cuenta atrás de las generales. Hace más o menos un año estábamos sacando punta a las elecciones europeas y andaluzas y ahora los sacerdotes escrutan sus cerebros de calcular y diseñan la nueva tensión electoral. Las sociedades modernas tienen tantos factores de integración como de desintegración, pero la cultura del espectáculo nos ayuda a sentirnos partícipes del sistema. Todo está calculado: cuando termina la Liga de fútbol empieza el Tour de Francia y casi a continuación los torneos de verano y ya está otra vez aquí la Liga. Cuando terminan los escándalos, empiezan las elecciones en un fin de fiesta continuo: escándalos, autonómicas, escándalos, municipales, escándalos, generales, escándalos, europeas y ese regalo colectivo catártico de elecciones generales anticipadas.No tenemos tiempo ni de replantear ni de prever nada. Hemos de acuñar moneda táctica cada tres meses y consumir sabiduría convencional y lenguaje adecuado sin poder apoderarnos de nuestros problemas ni a través del saber ni del lenguaje. Hay que opinar a tumba abierta y hoy más que ayer pero menos que mañana, sin atender la sana percepción de Paul Valéry: "La verdad de las cosas reside en sus matices". Sólo las derrotas consiguen trabar la rueda de la rutina y a veces incluso rompen el espejo que devuelve las imágenes propicias y trucadas. Pero ni siquiera las derrotas liberan de la máscara, porque se autodestruyen rápidamente y no es rentable instalarse en ellas. En la dinámica de la verdad política legitimada por el mercado, el producto perdedor se ha de limitar a esperar el desgaste del producto hoy ganador. La derrota ni crea ni transforma, simplemente se recicla. Como todo desperdicio.

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