LIGA DE CAMPEONES

Old Trafford bendice el fútbol

El Barcelona y el Manchester United empatan en un partido soberbio lleno de alternativas

El viejo Old Trafford se emborrachó anoche de fútbol. Resultó un choque soberbio entre dos conceptos del fútbol opuestos, uno muy terrenal y físico, y otro más intangible y angelical.. Nadie mereció perder. Fue una confrontación sin parada ni puerta de salida para pedir tiempo. Un partido de esos que gustan tanto a ingleses como a latinos. Quería el Manchester despellejar al Barça con su fútbol intimidatorio: el músculo, el salto, el cabezazo por excelencia. No pudo. Tuvo enfrente a un colectivo que practica la anestesia. Duerme al contrario con un juego sutil y, acostumbra a ridiculizarlo cua...

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El viejo Old Trafford se emborrachó anoche de fútbol. Resultó un choque soberbio entre dos conceptos del fútbol opuestos, uno muy terrenal y físico, y otro más intangible y angelical.. Nadie mereció perder. Fue una confrontación sin parada ni puerta de salida para pedir tiempo. Un partido de esos que gustan tanto a ingleses como a latinos. Quería el Manchester despellejar al Barça con su fútbol intimidatorio: el músculo, el salto, el cabezazo por excelencia. No pudo. Tuvo enfrente a un colectivo que practica la anestesia. Duerme al contrario con un juego sutil y, acostumbra a ridiculizarlo cuando lleva la manija: el toque, el balón siempre en el pasto, el rondo por excelencia. Pero es muy duro de pelar el Manchester. Así, el partido fue limpio, un ir y venir sublime, pasional y genuinamente futbolístico.Jamás había salido el Barcelona a una cancha con un manual de recomendaciones tan nítido. Qué hacer: darle ritmo al cuero para salvar la presión contraria y habilitar a. los delanteros, poner atención en cada jugada y limitar el fútbol aéreo y físico del rival defendiendo fuera del área y tapando las bandas. Prohibido cometer faltas en campo propio y ceder córneres por comodidad, perder la pelota sin razón y encajar un gol en el arranque del partido. Y para acabar, una advertencia: no hay mejor forma de quitarse el miedo que intimidar. Había que mandar.

Tener el guión del partido no le sirvió al Barça para manejar el el primer tiempo. El Manchester atacó las extremidades azulgrana y dejó al desnudo el grupo óseo montado por Cruyff en la franja central del campo. El equipo evidenció cojera por el flanco derecho. La falta de un extremo diestro y la precariedad de Luis, sustituto de Ferrer, arrastraron al grupo a la deriva. Fue una concesión inadmisible ante un rival que camina con la zurda por delante. Es cierto que faltaba Giggs, el mejor de los diablos rojos. Pero nadie reparó en que Sharpe es un demonio más regular que el sucesor de Best. Sharpe e 1rwin desguazaron la carrocería forastera con sus adelantamientos por el carril izquierdo y Kanchelskis puso a Sergi en el disparadero.

El cuero cruzaba el marco de Busquets como si fuera un avión. Dominaba un Manchester sereno en defensa que se desplegaba como un equipo de rubgy en ataque. La jugada estaba cantada de salida: robo de balón, apertura a la banda y centro al ombligo del área. El Barça no podía enfriar la contienda. Jugaba al pase largo sin que su jugador entre líneas por excelencia, Begiristain, conectara con Romario o abriera para la carrera de Stoichkov. El gol se olía en una grada hinchada por el aliento de sus ídolos. Y llegó. Todo sucedió tan rápido que se vislumbró la derrota en el rostro de los barcelonistas. Pero Hughes, esta vez, erró.

El carácter samaritano del exazulgrana provocó la primera respuesta seria del grupo de Cruyff. Un balón sibilino corrido por Bakero, el primero a ras de hierba, permitió la arrancada de Romario, salido de la bruma, y un mano a mano con Schmeichel que el brasileño no perdonó. El empate tumbó al Manchester. Se derrumbó ante el fútbol puntual de los azulgrana.

El empate fue una bendición en el infierno para los azulgrana. Llegaron al camerino con la cabeza muy alta. Estaban metidos aún en el partido. Había que limitar el riesgo, y Cruyff actuó de acuerdo con la grada. Dejó a Luis en la ducha, sacó a Eusebio para que garantizara un mejor control de la pelota e instó a Abelardo a inclinarse al flanco derecho.

El colectivo apareció muy puesto. Tuvo el cuero y se ganó el campo. El control forastero tuvo su recompensa en un segundo gol que dejó secas las gargantas de los diablos rojos. El Barça tuvo el triunfo a su alcance. Y Old Trafford se estremeció pensando que se acababa su leyenda. Y entonces surgió el espíritu de resistencia que distingue al Manchester en su feudo. Sharpe, con un taconazo sublime, redimió a los suyos e impidió la proeza azulgrana.

No hay nunca tregua en esta cancha. El partido se abrió otra vez. Fue un punto final memorable para un partido de mucho cuerpo. La hinchada, puesta en pie, saludó la retirada de los guerreros al vestuario. El grupo azulgrana lavó su reciente pasado europeo con un juego que ratifica su recuperación y mantiene sus aspiraciones de clasificarse para los cuartos de final de la Liga de Campeones. Ningún enfermo sobrevive en Old Trafford. En campo del Manchester el fútbol es de alto voltaje.

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