Entrevista:

"La libertad de prensa se reduce al empleo de palabras malsonantes"

Conserva parte de la melena que debió de llenar de flores en la California contracultural de los sesenta, tras ser expulsado de la cátedra en 1968 junto a otro par de intelectuales díscolos, Agustín García Calvo y Enrique Tierno Galván. Alumno modelo de un internado jesuita, José Luis Aranguren declinó la amable oferta de entrar a formar parte de la orden, aceptando, sin embargo, el regalo paterno por sus brillantes notas, ese coche que le convirtió en el joven más ligón de aquella noche madrileña repleta de cabarés. Recordar con optimismo los buenos y viejos tiempos es el mejor tributo que Ar...

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Conserva parte de la melena que debió de llenar de flores en la California contracultural de los sesenta, tras ser expulsado de la cátedra en 1968 junto a otro par de intelectuales díscolos, Agustín García Calvo y Enrique Tierno Galván. Alumno modelo de un internado jesuita, José Luis Aranguren declinó la amable oferta de entrar a formar parte de la orden, aceptando, sin embargo, el regalo paterno por sus brillantes notas, ese coche que le convirtió en el joven más ligón de aquella noche madrileña repleta de cabarés. Recordar con optimismo los buenos y viejos tiempos es el mejor tributo que Aranguren, 85 años, puede rendirle a su pasado.

Pregunta. Le acusan de ser incorregiblemente juvenil, como si fuera un defecto.

Respuesta. Pues no lo es. La edad nunca me ha obsesionado. He tenido la suerte de atravesar etapas que me han rejuvenecido. Interno con los jesuitas de los seis a los 16 años, en cuanto crecí, me solté el pelo. A los 18, mi padre me regaló un coche.

P. Que usted utilizaba para ligar.

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R. Claro; en aquella época, ¿qué joven de mi edad podía permitirse algo así? Veías una chica guapa, te acercabas, un piropo, dos sonrisas, y terminaba subiéndose al coche. Me gustaban mucho los cabarés, que entonces equivalían a las actulales discotecas. Aquel Madrid era muy divertido.

P. ¿El actual no?

R. Madrid no me gusta especialmente. Es más, vivo en Aravaca y mantengo mi estudio de la calle de Fortuny sólo por motivos de trabajo. Hay lugares para mí entrañables, como la Residencia de Estudiantes.

P.¿Recuerda con entusiasmo su estancia en California?

R. Ése fue otro de mis rejuvenecimientos. Más que un profesor, fui un colega; éramos pocos en clase, compartíamos fiestas y nunca noté esa jerarquía académica típicamente europea. Además, eran los sesenta.

P. Mucha psicodelia.

R. Yo fumé muchos porros. Era un gesto social, igual que tomarse una copa.

Alguien encendía un cigarro, lo iba pasando, y punto. Tuve incluso una de aquellas experiencias instant mystic, algo parecido a lo que hoy llaman éxtasis. Lo habían puesto por sorpresa en una tarta y me asusté muchísimo, pensé que me daba un ataque cerebral.

P. Usted apoya la legalización de las drogas.

R. Absolutamente, pero al menos en toda Europa. Porque hacerlo sólo en un país le convertiría en el centro del reparto. Los americanos tendrían que aprovechar su experiencia con el alcohol. La ley seca favoreció el gansterismo.

P. ¿Sigue usted pensando que votar al PSOE en 1982 fue una ingenuidad?

R. Sí, porque yo les voté con verdadero entusiasmo. Reconozco que he vuelto a hacerlo, pero sin ninguna ilusión.

P. ¿Qué papel juega la prensa entre tanto escándalo político?

R. Le diré que la libertad de prensa ha quedado reducida al uso de palabras malsonantes.

P. Usted ha prescindido del ocio.

R. Sí, para mí el trabajo no es ninguna tortura.

No voy al cine, apenas piso un teatro y acudo sólo a los actos sociales de mucho compromiso. Tampoco me divierte escuchar conferencias, lo que más me gusta es leer.

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