TOUR 94

El reloj macabro

El pelotón sufre la moda del pulsómetro, un aparato que amenaza la intimidad del ciclista

Obsérvese cómo de un tiempo a esta parte, los ciclistas tienen por costumbre mirar la hora nada más cruzar la meta. ¿Obsesión por la puntualidad, quizás? Nada más lejos. No solo parecen preocupados por lo que marca su reloj sino que proceden, de inmediato, a pulsar un botoncito rojo. ¿Tratan de precisar la duración de su jornada laboral en la carretera? Tampoco. Eso que miran y tocan no es un reloj propiamente dicho, es un pulsómetro, un macabro reloj, la última moda tecnológica del pelotón, un aparatito que amenaza algunos cimientos del ciclismo. No es asunto venial: la informática est...

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Obsérvese cómo de un tiempo a esta parte, los ciclistas tienen por costumbre mirar la hora nada más cruzar la meta. ¿Obsesión por la puntualidad, quizás? Nada más lejos. No solo parecen preocupados por lo que marca su reloj sino que proceden, de inmediato, a pulsar un botoncito rojo. ¿Tratan de precisar la duración de su jornada laboral en la carretera? Tampoco. Eso que miran y tocan no es un reloj propiamente dicho, es un pulsómetro, un macabro reloj, la última moda tecnológica del pelotón, un aparatito que amenaza algunos cimientos del ciclismo. No es asunto venial: la informática está a un paso de conquistar el secreto mejor guardado por cada ciclista, su sensación más íntima.No mucho después de finalizada la etapa, los masajistas y el médico proceden a recuperar las fuerzas de cada corredor, una rutina que apenas ha cambiado con el transcurso de los años. Luego, llega la ronda. El director visita a sus muchachos uno por uno, charla con ellos y les pregunta por su estado. Los hay que están muy fatigados y no hay más que verles la cara, quienes estándolo se apiadan del director y le animan ("estoy como un roble"), quienes no estándolo, le engañan ("buena paliza me he pegado") y quienes estándolo o no, callan. Así ha sido el ciclismo desde que nació y por este procedimiento se formaba el olfato de los buenos directores. Pero el maldito pulsómetro puede cambiar de golpe con esta liturgia.

Hoy en día, la ronda de conversaciones puede no ser tan entrañable. El director deja de ser padre para vestir el uniforme de jefe de personal. Guiado por un papel, muestra a cada corredor una gráfica y señala algunos puntos de inflexión. "¿Has visto, ves aquí, y aquí, y aquí...". Y llega la expresión clave: "O sea, te has estado tocando los cojones toda la etapa". El pulsómetro.

La teoría es tan sencilla como dramática. La realidad dicta que, con un millón de pesetas, es factible trasladar la teoría a la práctica. Su jefe instala una cinta en su pecho y le obliga a ponerse un reloj en la muñeca. Ese doble artilugio mide sus pulsaciones durante su jornada laboral y, una vez procesada la información en breves minutos, dibuja una gráfica en la que se puede advertir si usted ha trabajado bien o se ha distraido más de la cuenta. Eso es el pulsómetro, que puede cambiar no sólo las relaciones entre director y corredor sino también el lenguaje y, en el horizonte, la calidad de vida del ciclista.

Ahora se habla de pulsaciones por minuto y de umbrales. No se dice "ataca", "resérvate" o "descansa" sino "mantente a 180", "sube a 190", "vigila tu umbral". El ciclista pierde sus sensaciones más íntimas y se guia por los dictados del pulsómetro, que, le señala, hasta dónde puede llegar y a partir de cuándo su agotamiento es un hecho. El lenguaje de los gestos, una de las facetas más ricas de este deporte, pierde buena parte de su valor. Es posible encontrar algunos ejemplos ilustrativos.Virenque dejó tumbado a Cubino en los Pirineos sin mediar siquiera un acto intuitivo. El español cometió la torpeza de dejarse ver el pulsómetro, Virenque vio una cifra tal que aclaró todas sus dudas: Cubino estaba agotado. El pulsómetro pasaba de 190, muy mala señal. Cubino podía estar por entonces tarareando un pasodoble para impresionar que daba lo mismo, 196 son 196 pulsaciones, señalan que su cuerpo está a punto de decir basta. Y Virenque lo vio. Por eso, Induráin lleva su pulsómetro en posición invertida, de lado de la palma de la mano. Asunto confidencial, información reservada, Induráin vigila que nadie le quite a máscara.En aplicación de los estudios realizados por el doctor italiano Francesco Conconi, posteriormente informatizados y, finalmente, adaptados a un pulsómetro y un pequeño ordenador personal, el estado de forma de cada corredor y su desgaste pasan a ser información de uso público.

El pulsómetro (cuesta 50.000 pesetas) puede medir, a intervalos de 15 segundos, las pulsaciones de un corredor durante ocho horas (una etapa dura un promedio de seis horas). Si la medición se hace minuto a minuto, la capacidad del aparato llega a las 33 horas. Esa información puede volcarse al ordenador en breves instantes (después de cada etapa, por ejemplo) y, a partir de entonces, el ordenador hace todo tipo de travesuras. Puede comparar la etapa de hoy con la de ayer, puede determinar durante cuánto tiempo el corredor se ha cansado o simplemente ha ido tranquilo. Detecta los momentos de verdadero sufrimiento. Y sabe, porque lo sabe, si el corredor está en forma o ha empezado a acusar el desgaste. El médico lo sabe, el médico se lo dice al director y el director se lo puede trasladar al corredor. Las sensaciones dan paso a los ratios. Un corredor en perfecta forma es aquel que puede viajar a más de 180 pulsaciones y menos de 190 durante más tiempo o a 180 desarrollando más velocidad. En 198 suele estar el límite, a partir de ahí, la oscuridad.

Ahora mismo, la clave del Tour no está en el corazón de Induráin sino en el ordenador personal de Sabino Padilla, su médico. Padilla sabe dónde y en qué kilómetros, Induráin ha sufrido si es que ha sufrido. Padilla sabe si durante el ataque que fulminó a Rominger en los Pirineos, Induráin actuó friamente o tuvo la tentación de seguir un impulso irracional. Sabe si hubo fiereza en la embestida o, sencillamente, la buena administración de unos recursos superiores. Padilla lo sabe. ¿Pero sabe más que el propio Induráin?. Padilla calla.

El cuarto Tour de Induráin viaja en un inocente reloj. El líder atraviesa la meta y parece mirar la hora. Y aprieta un botón. Fin de la transmisión: los dictados de su corazón serán volcados al ordenador. Induráin ha terminado su trabajo. ¿Cansado?, ¿tranquilo?, ¿contento? ¿disgustado?, ¿preocupado, quizás?. Es terrible saber que la verdad está en el interior del pulsómetro.

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