Alicia de Larrocha pone música al Prado

La pianista española más premiada da lecciones a alumnos aventajados

A las diez de la mañana de ayer, una mujer algo mayor, y lenta de movimientos entró en el Museo del Prado de Madrid. Llevaba un traje de chaqueta rojo con rayas negras y dos bolsos en la mano. Nadie se percató de su presencia. Ningún visitante posó sus ojos ante esa mujer de manos pequeñas y cuerpo rotundo. Sólo cuando llegó a la sala Juan de Villanueva, los alumnos de la Escuela Superior de Música Reina Sofía y algunos oyentes abrieron casi majestuosos un pasillo mientras se les iluminaba la mirada. Era Alicia de Larrocha, la pianista española ganadora de todos los premios imaginables en ...

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A las diez de la mañana de ayer, una mujer algo mayor, y lenta de movimientos entró en el Museo del Prado de Madrid. Llevaba un traje de chaqueta rojo con rayas negras y dos bolsos en la mano. Nadie se percató de su presencia. Ningún visitante posó sus ojos ante esa mujer de manos pequeñas y cuerpo rotundo. Sólo cuando llegó a la sala Juan de Villanueva, los alumnos de la Escuela Superior de Música Reina Sofía y algunos oyentes abrieron casi majestuosos un pasillo mientras se les iluminaba la mirada. Era Alicia de Larrocha, la pianista española ganadora de todos los premios imaginables en el mundo entero. A sus 71 años, sólo puso una condición a Paloma O'Shea, directora de la escuela, para dar clases a sus alumnos ayer y hoy; que éstas no llevaran la coletilla de magistrales. Serían simplemente lecciones. Así de magistral es ella."No fui una niña prodigio. No creo en los niños prodigio, sino en las familias prodigio. Son simplemente niños que nacen con un talento determinado para cada cosa, ya sea la música, el dibujo, el ajedrez... Si ese niño tiene la suerte de no tener una familia prodigio, sino una familia y un maestro inteligentes, ese niño se va desarrollando y va haciendo su vida musical o científica. Si quieren explotarle, entonces se acabó", confesó Larrocha en un descanso de sus clases dedicadas a la música española.

"Tenemos poco, pero grande", le había dicho momentos antes a Carlos, un alumno que interpretó delante de la maestra Córdoba, de Albéniz. ""Con prestancia, gallardía, empaque, incluso chulería", así le aconsejó a Claudio Carbó ponerse delante de "El fandango del candil', de Goyescas, de Granados. A todos les recomendó machaconamente, como una madre, el conocimiento del temperamento y la vida del compositor. ""La familia de Mompou tenía una fábrica de campanas, y él, un hombre tremendamente introvertido, siempre escuchó y se obsesionó con el sonido de las campanas, por eso hay que estar pendientes de ello en cada nota", le explicó a otro alumno al interpretar La canción y danza número seis de este compositor. A Miri Vampolski, y a todos los presentes, les hizo ver con sus manos sobre las teclas cómo salta el muñeco de trapo en la obra El pelele, de Granados.

Esta mujer insegura pero tenaz, que achaca toda su carrera a su marido, ya fallecido -"sin él yo no hubiera hecho nada, porque no tengo carácter para ir hacia delante, siempre necesito a alguien que me empuje "-, tiene miedo a no conseguir aquello en lo que ha trabajado toda una vida. "El horror que tengo, más aún ahora, cuando los años me van abriendo cada vez más el horizonte, no es el de conseguir la perfección, que no existe, sino todo el desarrollo de mi intelectualidad, de mi espíritu, de mi música".

¿Por qué ese empeño en quitarse méritos? "No soy ningún milagro, lo que quizá he tenido es la suerte, que otros no han tenido, de tener un gran maestro que me supo conducir desde pequeña y que me llevó siempre por el camino del arte y nunca quiso explotar ni forzar el nivel de mis posibilidades. Soy realista, no antidiva", confiesa Alicia de Larrocha, plenamente consciente de algo que ve a su alrededor: "Todos caemos, los que no caen son los inteligentes que se paran antes de caer".

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