Tribuna:

Sin perdón

Una vez escribí que cuanta más gente conozco mejor me caen los Corleone, y me temo que tengo que seguir insistiendo, al menos en lo que a televisión se refiere. Esto es un poco como lo de los ministros, que cada uno que viene te hace bueno al anterior, de modo que uno acaba por encargar misas a la memoria de Juan José Rosón, que en paz descanse.Por ejemplo, si quieren enamorarse de la mirada verde y serena de Julián Lago y, decididamente, esperar con ilusión a que Paco Lobatón les dé una cita y les lleve al parque; si incluso aspiran a mantener una conversación intelectual con Isabel Gemio, la...

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Una vez escribí que cuanta más gente conozco mejor me caen los Corleone, y me temo que tengo que seguir insistiendo, al menos en lo que a televisión se refiere. Esto es un poco como lo de los ministros, que cada uno que viene te hace bueno al anterior, de modo que uno acaba por encargar misas a la memoria de Juan José Rosón, que en paz descanse.Por ejemplo, si quieren enamorarse de la mirada verde y serena de Julián Lago y, decididamente, esperar con ilusión a que Paco Lobatón les dé una cita y les lleve al parque; si incluso aspiran a mantener una conversación intelectual con Isabel Gemio, la Celestina con pendientes, no tienen más que entretenerse un rato con el nuevo programa de María Teresa Campos. Ella sola es la prueba viviente de que la ley de Murphy existe: todo lo que es susceptible de empeorar empeora.

Esta mujer insaciable, María Teresa Murphy, no contenta con habernos dado la tarde y pasado la vida, nos invita a experimentar el terror del lunes ya en las veladas de domingo, entregándose a una extraña e inconexa ceremonia en la que pretende estimular esa absurda práctica tan propagada por los Evangelios y el Dúo Dinámico: el perdón. Una vez más, gente corriente sale a perder la vergüenza públicamente, con la excusa de que el telespectador debe saber y en nombre de la libertad de expresión. Por si fuera poco, un par de famosos trasnochados y vulgares aparecen también, con el morro por delante, en una especie de patético montaje publicitario digno de una revistilla ínfima.

Como lo hace desde la televisión pública, con nuestros dineros, el caso resulta especialmente sangrante, pues resultamos cornudos y apaleados a la vez, sin estar locos.

Como en un viejo corrido: que les perdone Dios, que yo no puedo.

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