Macizos de pueblo

Seis hombres alegran las noches de Alcalá en un espectáculo de 'strip-tease'

La mayoría de los 185.000 habitantes de Alcalá de Henares no conoce a los seis huéspedes que desde hace un mes se despelotan en uno de los locales públicos del pueblo. Pero con cada aplauso que cosechan ellos ganan, según algunas clientas, una batalla importantísima en la lucha contra el machismo que impera en muchos municipios.Gimnastas y 'gigolós'

El horario de trabajo para ellos comienza, todos los viernes y sábados, a las doce de la noche y concluye al amanecer. Durante la semana, alguno de ellos trabaja como monitor de gimnasia.

Don Juan dicen que es un nombre perfect...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La mayoría de los 185.000 habitantes de Alcalá de Henares no conoce a los seis huéspedes que desde hace un mes se despelotan en uno de los locales públicos del pueblo. Pero con cada aplauso que cosechan ellos ganan, según algunas clientas, una batalla importantísima en la lucha contra el machismo que impera en muchos municipios.Gimnastas y 'gigolós'

El horario de trabajo para ellos comienza, todos los viernes y sábados, a las doce de la noche y concluye al amanecer. Durante la semana, alguno de ellos trabaja como monitor de gimnasia.

Don Juan dicen que es un nombre perfecto para la calle de Alcalá de Henares que cobija, quizá por casualidad, su centro de trabajo, un strep-tease masculino, que cuenta también con un nombre adecuado para lo que puede verse en su interior, Ragazzo. Un caballero, vestido, impide la entrada a las personas de sexo masculino que no vayan acompañados y franquea en cambio la puerta con un gesto sonriente a las mujeres.

Dentro las esperan Tony Adam, José María, Nicolái, Gino o David, a cada cual más simpático y atractivo, al decir de las señoras que les han conocido. Ellos, que sólo llevan unas semanas en Alcalá, aseguran que las chicas del pueblo, aunque no mucho, son diferentes de las que han tratado en Madrid. Más recatadas, quizá porque no han cogido confianza aún, ya que el local lleva poco tiempo abierto.

Tony, a sus 21 años, se cansó hace tiempo de repartir propaganda y decidió dedicarse a lo que verdaderamente le gusta, el espectáculo. Después de trabajar como bailarín en discotecas y hacer varias galas, decidió lanzarse a enseñar su cuerpo porque le gusta mucho trabajar para las chicas. "Que te metan mano y te digan piropos es muy bonito", confiesa.

Gino es uno de los veteranos, lleva ocho años metido en esto. Tiene 25 años y siempre le ha gustado el baile, lo lleva dentro, dice. Vive en Leganés, donde da clases como monitor de aerobic. Lo de desnudarse tan sólo significa un dinero extra. Su novia confía en él y no se enfada por lo que hace, al menos eso asegura él, quien afirma que no le gusta el comportamiento de algunas mujeres "que se ponen muy pesadas", aunque comprende que "vienen a estos sitios a desmadrarse". En Alcalá, de momento, no tienen queja alguna.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Hace año y medio que Nicolái llegó a España procedente de Bulgaria, donde estudiaba para convertirse en electricista. Ha encontrado en el baile y el strep-tease "una manera como otra cualquiera de ganar dinero", mientras durante la semana acude a una academia de jazz y a un gimnasio para hacer pesas.

Este joven de 21 años recién casado con una española que estudia ingeniería aeronáutica, dice, en un casi perfecto español, que las mujeres son "más majas que los hombres", ya que éstos se pelean y emborrachan cuando acuden a ver este tipo de espectáculos en versión femenina. Coincide con sus compañeros en que las mujeres que acuden a Alcalá son más cortadas que las que ha conocido en otros sitios.

La máxima de José María, monitor de culturismo y de artes marciales en un gimnasio de Alcalá de Henares, es "gustar y atraer a las mujeres". Cuenta que hace dos años, 12 de ellas pagaron 10.000 pesetas cada una por verle hacer un desnudo integral. Después, prefiere callarse.

El más experto de los chicos Ragazzo es Adam. A sus 33 años, trabajó como actor en Madrid y Barcelona. Ahora se declara gigoló, algo de lo que ya ejerció en Suramárica. Califica a las alcalainas como "pudorosas, asustadas y muy agradables".

Reconoce, no sin cierto sonrojo, haber sacado provecho de su pelo largo y rizado, el mismo que tanto le gusta a las chicas que se entretienen jugando con él. Y dice haber conseguido como regalo, entre otras muchas cosas, un coche descapotable, a la vez que afirma haber cobrado por una noche más de 100.000 pesetas. Sin bajar la mirada se declara abiertamente favorable a "aceptar proposiciones". Para estos artistas del desnudo, el acudir a Alcalá de Henares supone un trabajo más, un hobby, como lo define alguno de ellos. Excepto José María, ninguno conoce la ciudad más allá de las doce de- la noche, momento en que entran en el local. Y cuando su trabajo acaba, a las cinco de la mañana, no les apetece dedicarse a pasear por la ciudad de Cervantes. Ganan entre 10.000 y 15.000 pesetas por noche más las comisiones que se llevan por las copas que sirven a las clientas, cantidad que no quisieron revelar, aunque de momento no es cuantiosa.

De espaldas a sus vecinas

Las primeras clientas de Ragazzo viven de espaldas al qué dirán de sus vecinas. Ha transcurrido un mes desde la apertura del local y cada vez son más las mujeres; casadas, solteras, madres e hijas, estudiantes, empleadas o paradas que deciden gastarse 2.000 pesetas en tomar una copa y a la vez disfrutar de la visión de unos cuerpos esculturales. En el ambiente, sin embargo, flota el hecho de que Alcalá no deja de ser una ciudad en la que la gente se conoce, y esto retrae a muchas mujeres, ajuicio de Ángel y Meli, propietarios del local, por aquello de que no vayan a encontrarse con cualquier conocida.

Algunas, en cambio, traspasan esa barrera y se aventuran hacia el bar. Unas, con recelo, y otras, como Pilar, una joven de 21 años que vive en Alcalá, pensando que las mujeres también tienen derecho a saborear frutos prohibidos. Ella y Sole acuden por primera vez, pero su amiga Cristina, que las ha animado a ir, es repetidora. Después de celebrar el cumpleaños de un amigo han decidido tomar la penúltima copa en Ragazzo. Pilar, que ha tenido sobre sus rodillas a Nicolai medio desnudo cuando realizaba su número, reconoce: "Una intenta relajarse, pero te ponen nerviosa".

Sole, en cambio, dice no alterarse ante los movimientos de los chicos y cree, un poco apenada, que éstos se ven obligados a contentarlas, lo que crea un ambiente raro. "Eres una más, todo es muy artificial", asegura, mientras apura su copa de cava.

Sandra trabaja como empleada, tiene 24 años y se ha sentado en primera fila con sus seis amigas. Celebran una despedida de soltera y ella es la afortunada novia. Afirma que tenía muchas ganas de ver el espectáculo; la gusta porque los chicos "marcan paquete" y no la importaría meterse en la cama con alguno de ellos, dice, mientras alguna de sus amigas se ruboriza. "Y si dice algo, que se aguante" responde cuando una de sus compañeras le pregunta por lo que dirá su futuro marido si se entera.

A pesar de la aparente vergüenza que muestra alguna de las que integran el grupo de Sandra, todas se apresuran a comentar que repetirán la experiencia.

El polo opuesto lo representan Raquel, Begoña, Patricia y Dora, estudiantes de Ciencias Económicas, quienes aseguran que no volverán. Querían hacer algo distinto y sus pasos las llevaron a Ragazzo. Raquel cree que los chicos, "estudiantes que necesitan dinero", según les confesaron ellos, "son majísimos y tienen que buscarse la vida como pueden". Dora coincide con su amiga en resaltar que lo mejor de todo es el trato que les han dispensado, mientras Begoña es la única de las cuatro que reconoce haberse puesto un poco nerviosa. Todas, sin embargo, son rotundas al afirmar que no se acostarían con ninguno de los chicos.

No están decepcionadas por lo que han visto, pero esperaban otro tipo de espectáculo en el que las mujeres "meten dinero en los calzoncillos de los hombres", o algo así. Pero venían preparadas, porque cuando, en el transcurso de uno de los números, el chico sacó a la pista a Raquel, el flash de una cámara de fotos inmortalizó el momento. En cambio, se negaron a aparecer en este periódico por si alguien las reconocía.

La que no tiene ningún problema es Conchi, de 43 años, que, después de haber pasado un ratito en el bingo, se presentó en el bar acompañada de su hija Margarita, de 18 años, y una amiga de ésta, Marisol, de la misma edad. Su marido, que se había quedado en casa, sabía que iban a ir, dice, y no perdieron detalle de lo que ocurría encima del escenario, después de cambiarse de sitio porque una columna les estorbaba la visión.

Para Conchi no significa nada malo conocer estos espectáculos, por eso ha llevado a su hija, tanto es así que anunció que la semana siguiente acudiría con la madre de la amiga de su hija y con otras amigas, amas de casa como ella.

Pero no todas las mujeres que se encontraban en Ragazzo, un viernes a las dos de la madrugada, eran de Alcalá de Henares. El grupo más numeroso, integrado por nueve mujeres, pertenecientes todas ellas a una pena, procedía del vecino municipio de Torrejón de Ardoz.

Isabel contó que habían celebrado la tradicional cena anual en la que se juntan todas las de la peña y después habían decidido desplazarse hasta Alcalá por hacer algo diferente, algo que las sacara de la rutina.

Algunas ya tenían experiencia, como ella; para otras era la primera vez. María del Prado y Emilia esperaban encontrar "porno duro ", lo que les hubiera disgustado, pero después de presenciar el espectáculo aseguraban que no les importaría volver. "El ambiente es muy sano y los chicos, aunque provocan, no se pasan", afirmaban.

Isabel acaparó la atención de los jóvenes Ragazzo. Fue la elegida por Adam para que subiera al escenario, mientras él, vestido con chaqueta de cuero negro, fingía retenerla en una silla a la vez que le vendaba los ojos y la acariciaba.

Cuando acabó el número, Isabel confesaba que aún le temblaban las piernas y que se encontraba "un tanto nerviosa". Quizá por esa atención especial, Isabel se inclinaba en señalar a Adam como el más atractivo.

En el local, de pequeñas dimensiones y entre una tenue luz, podían observarse las chicas, sin nombre ni apellidos. "Si nuestros maridos se enteran de que estamos aquí nos matan", apuntillaron.

Archivado En