El sendero de las jeringuillas

Los vecinos de los realojados de La Quinta patrullan pacíficamente para espantar a los drogadictos

Mamá, que hay un drogadicto". Isabel sale a mirar: "No, hijo, que es un señor que busca setas". En el barrio de Alamedillas, entre la carretera de Colmenar y la de El Pardo, los 40 vecinos andan con el yonqui detrás de la ore a. Desde que está habitado el cercano poblado de La Quinta, donde el martes 16 de noviembre fueron detenidos una abuela y su nieto por vender heroína, el barrio sufre el trasiego de los toxicómanos.Los vecinos intentan combatirlo con patrullas. "No les pegamos porque son enfermos, pero sí les decimos que se vayan", explica Martina. Además, recogen las jeringui...

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Mamá, que hay un drogadicto". Isabel sale a mirar: "No, hijo, que es un señor que busca setas". En el barrio de Alamedillas, entre la carretera de Colmenar y la de El Pardo, los 40 vecinos andan con el yonqui detrás de la ore a. Desde que está habitado el cercano poblado de La Quinta, donde el martes 16 de noviembre fueron detenidos una abuela y su nieto por vender heroína, el barrio sufre el trasiego de los toxicómanos.Los vecinos intentan combatirlo con patrullas. "No les pegamos porque son enfermos, pero sí les decimos que se vayan", explica Martina. Además, recogen las jeringuillas y las entierran en botes.

Alamedillas son cuatro calles, dos desguaces y una granja de gallinas que atienden la señora Elisa y su marido. Los vecinos lo son de toda la vida. Casas bajas, tirando a humildes, donde viven algunos jardineros y asistentas del cercano barrio de Mirasierra.

"Siempre hemos estado muy tranquilos, hasta que vinieron los de La Quinta", coinciden varias vecinas. Se refieren a las cuatro tiras de casas adosadas que construyó el Consorcio para el Realojamiento de la Población Marginada. Desde el verano de 1992 viven allí 83 familias ex chabolistas.

Para la policía, La Quinta es un punto negro de venta de droga. Para los vecinos de Alamedillas, a unos dos kilómetros de distancia por una pista de tierra, también. Por eso han puesto señales de prohibido jeringuillas y carteles en los que se advierte a los toxicómanos: "No pararos en este barrio, drogas no".

Los vecinos reconocen que no han sufrido agresiones por parte de los yonquís, pero sí amenazas. Tienen más miedo que quejas delictivas. "Una vez una pareja iba a aparcar al lado de mi casa. Les dijimos que se marcharan y el chico nos contestó que no le salía de la polla, con perdón, y sacó una navaja, pero acabaron yéndose", relata Victoria. Ya es abuela y teme por sus nietos.

Por el día las mujeres andan vigilantes. Por la noche, los hombres toman el relevo, en coche si es invierno. Mantienen la vigilancia, con altibajos, desde hace más de un año.

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"A veces los veo bajar y se me parte el alma, porque yo también tengo hijos. He visto, por ejemplo, a un chaval de unos 14 años cargado con una televisión para pagarse la droga con ella. Otros traen vídeos y hasta tiestos", explica Isabel. Ella, como otros vecinos, recoge las jeringuillas que encuentra: "Suele haber en la fuente, porque ellos necesitan agua y luz para pincharse".

Los vecinos de Alamedillas se quejan de la escasa presencia policial. "Los agentes nos han explicado que no se puede detener a nadie si la dosis que lleva es para pincharse él. Y como son los consumidores los que pasan por aquí, pues nada", explica Isabel.

Para ella las cosas se han complicado. Como este año no le han concedido la beca de comedor para sus cuatro hijos, ha tenido que dejar su trabajo como asistenta para poderlos atender y no tener que pagar las 40.000 pesetas mensuales que le costaría el almuerzo colegial. Lo malo es que la escuela está al otro lado de la vía del tren, en la calle del Cerro del Castañar, donde conviven las viviendas de lujo y las chabolas. Isabel se siente rodeada por un mundo de jeringuillas.

El trasiego por Alamedillas hacia La Quinta es aún más fuerte los fines de semana, según explica Lola: "Los días normales, los hombres patrullan de nueve a once de la noche, pero viernes y sábados tienen que estar más tieínpo". Asegura que su pelea contra la droga nada tiene que ver con el racismo. "En el barrio viven dos familias gitanas y nos llevamos bien".

Tapiar la pista

Una solución ideada por los vecinos para acabar con el trasiego se viene abajo: "Han pasado los que trabajan en la vía a decir que no podemos tapar el camino de La Quinta", comentan. En la pista de tierra, más allá de la granja, los cascotes cortan el paso. La señora Elisa no se queja mucho. Le han robado tiestos y una vez encontró a tres yonquis en el gallinero: "Les dije que se fueran y lo hicieron educadamente".Junto a La Quinta, dos chavales del poblado empujan una motocicleta. "Sí, parece que el otro día la policía se llevó a alguien, por pegar a otro", responden cuando se les pregunta por la detención de una abuela y su nieto. El más hablador, con sortijas y pendiente, zanja la cuestión. "¿Droga en La Quinta? ¡Qué va, aquí no hay!".

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