FÚTBOL: SEGUNDA ELIMINATORIA DE LAS COPAS DE EUROPA

Luis García apaga el fuego del Calderón

El Atlético de Madrid acusa ante el OFI los problemas que sufre

Luis García apagó el fuego que se levantaba en el Calderón. Es su trabajo y lo hace como nadie. Cuando el asunto se pone feo, con el estadio en armas y el palco, Luis García llega, toca y gol. Lo hace con sencillez y frialdad, sin grandes ceremonias, uno de esos depredadores engañosos que se esconden bajo una piel de niño y la mirada de monaguillo. El gol no tuvo nada de asombroso. Una cesión que deshizo el fuera de juego de tres delanteros rojiblancos, la pelota recibida por García y el golpeo suave. Un jugador admirable. El Atlético se agarró al tanto como a un flotador. Le servía para t...

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Luis García apagó el fuego que se levantaba en el Calderón. Es su trabajo y lo hace como nadie. Cuando el asunto se pone feo, con el estadio en armas y el palco, Luis García llega, toca y gol. Lo hace con sencillez y frialdad, sin grandes ceremonias, uno de esos depredadores engañosos que se esconden bajo una piel de niño y la mirada de monaguillo. El gol no tuvo nada de asombroso. Una cesión que deshizo el fuera de juego de tres delanteros rojiblancos, la pelota recibida por García y el golpeo suave. Un jugador admirable. El Atlético se agarró al tanto como a un flotador. Le servía para todo: para templar a los dirigentes y para sentirse medianamente seguros en la eliminatoria.

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El Atlético pagó durante el partido el precio de la carga de adversidades que soporta en estos momentos. Sometido a la guerra dialéctica que libran el presidente y el entrenador, herido por las lesiones y todavía balbuceante con el nuevo dibujo táctico, el Atlético jugó demasiado apretado por la tensión. Es un equipo sin armar, descosido en muchos puntos y sin confianza. Vencer a la historia es una carga difícil. En el fútbol español se considera que genéticamente el Atlético sólo está preparado para resguardarse, especular y repartir un contragolpe por aquí y por allá. Pereira se ha saltado los códigos y ha propuesto otra cosa: el viejo 4-4-2, el juego abierto y la pelota preferentemente en el campo contrario. Es una apuesta apreciable, que merece paciencia, una cualidad poco corriente en el Atlético de Madrid. Por eso, el equipo juega en el alambre cada partido, una tradición nefasta para los entrenadores y los futbolistas. Nadie se siente seguro en el Manzanares.

El OFI añadió un grado más de dificultad al partido. Fue un equipo muy griego: gente firme, de carácter, con ganas de guerra. Vistos de cerca parecía la tropa del capitán Garfio: coletas, barbas de tres días y el tono un poco patibulario. Y algunos jugaban. Lupu, un rumano que tiene buenas referencias, provocó unos cuantos problemas. Sabía manejar la pelota y buscar la zona libre entre los defensas y los centrocampistas del Atlético. Le vieron algunos y se animaron. El OFI sabía pegar y jugar.

Pero también fue un equipo limitado. Se desorganizaba con facilidad y permitía la construcción del juego a los locales. Sin embargo, el Atlético tardaba en expresarse. Moacir llevaba el juego de forma correcta, aunque demasiado mecánica; los laterales llegaban hasta la media cancha del OFI y tiraban el pelotazo al área, un trámite aburridísimo; Kiko parecía desorientado en la media punta. Lo más aparente llegaba por el lado de Manolo, que rastreaba la pelota entre las líneas de los griegos para buscar la pared, la llegada por sorpresa al área o el tiro inesperado. Pero el conjunto de las cosas era un poco tristrón. El equipo no transmitía, y desde los graderíos se transmitía la bronca.

El fútbol se volvió voluntarioso. Cada cierto tiempo se encadenaban dos o tres ocasiones y luego volvía la calma. Un tiro de Kiko, una excelente acción del portero griego en un remate de Quevedo, dos taconazos magníficos de Luis García y Tilico para buscar la sorpresa en el área, el remate de cabeza de Quevedo que golpeó el palo y otro más de Moacir que sacó Vapoulas bajo el travesaño.

La gente comenzó a preguntarse por el futuro de Pereira y por las intenciones de Gil. Se silbaba y nadie se sentía contento. El partido tenía mala cara para el Atlético de Madrid. Pero en el peor momento surgió el mejor Luis García. Una jugada intrascendente, una cesión desafortunada de un centrocampista griego y la aparición del mexicano para marcar.

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