ELECCIONES 6 JUNIOFAMILIAS EN LOS PARTIDOS

La campaña atempera las tensiones

Los socialistas recuperan su discurso político de "progreso y solidaridad" y aparcan sus diferencias hasta después de las elecciones

El PSOE ha recuperado y reivindicado sus atributos de socialista, obrero y español desde que su secretario general, Felipe González, convocara, las elecciones para el 6 de junio y comprobara la languidez de los resultados que les deparaban las encuestas. Los miembros de las distintas familias socialistas han llegado a la conclusión de que desde la oposición la resolución de sus cuitas internas será cruenta y desgarradora. Por el contrario, con el poder los ánimos se moderan. Eso ha provocado que el famoso cierre de filas socialistas se haya producido sin violentar las voluntades. Guerri...

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El PSOE ha recuperado y reivindicado sus atributos de socialista, obrero y español desde que su secretario general, Felipe González, convocara, las elecciones para el 6 de junio y comprobara la languidez de los resultados que les deparaban las encuestas. Los miembros de las distintas familias socialistas han llegado a la conclusión de que desde la oposición la resolución de sus cuitas internas será cruenta y desgarradora. Por el contrario, con el poder los ánimos se moderan. Eso ha provocado que el famoso cierre de filas socialistas se haya producido sin violentar las voluntades. Guerristas, renovadores, izquierdistas, social-liberales y felipistas exhiben con orgullo y casi en exclusividad la política social de estos 10 años. En tiempos de crisis, los socialistas han vuelto la mirada a sus señas, de identidad. Ahora se trata de ganar las elecciones; después, cada uno volverá a sus posiciones.Si en la pasada Semana Santa Felipe González no hubiera dado un golpe sobre la mesa, reunido a quienes tienen poder en su partido, y convocado las elecciones, el PSOE viviría hoy su fraccionamiento más importante desde 1974, cuando se produjo la renovación y los dirigentes del exilio resultaron arrumbados por una joven dirección que encabezó él mismo. La virulencia del enfrentamiento entre renovadores y guerristas, por hacer una simplificación convencional, había llegado a unos extremos de lucha final sin esperar al próximo congreso.

Es verdad que no más de 50 dirigentes estaban involucrados en la revuelta de manera activa. Pero resultaba suficiente, ante la perplejidad de la mayoría de los militantes y cuadros medios, para poner patas arriba a una organización que durante muchos años había sido modelo de funcionamiento jerarquizado.

La llegada a los gobiernos autonómicos y municipales de los socialistas ha llevado a una gran distribución del poder, que, en los últimos tiempos, ya sólo reconocía como único eslabón superior a ellos el que representa Felipe González.

Poder repartido

Joan Lerma, presidente de la Comunidad Valenciana; Juan Carlos Rodríguez Ibarra, presidente extremeño;Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, y José Bono, presidente de Castilla-La Mancha, son algunos de los dirigentes con los que González tiene que contar necesariamente. Ganan elecciones y aportan a las Cortes Generales la principal bolsa de los diputados que necesita González para gobernar.

El conflicto vino cuando unos se declararon guerristas, otros renovadores, y otros, por mor de sus equilibrios internos regionales, acabaron poniendo velas en los dos altares.

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Aunque González se está especializando en la cuadratura del círculo, la armonización entre las distintas familias socialistas se antoja como una tarea más que ardua. La dificultad viene por la imposibilidad de hacer dos bloques homogéneos, elegir. interlocutor de cada uno de ellos y empezar una negociación.

A saber: los renovadores tienen como característica común su rechazo al vicesecretario general, Alfonso Guerra, y, por extensión, a los principales dirigentes de la ejecutiva. Ahora bien, muchos renovadores comparten la línea política de Guerra frente a las tendencias neoliberales de miembros del Gobierno e incluso de sus propios compañeros en la renovación, y tienen como enemigo principal al ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga, y a todo lo que él representa. Solchaga, a su vez, comparte con los renovadores la idea de descabalgar a Guerra y a la actual ejecutiva, pero discrepa de la tendencia de una parte de los renovadores de acercarse a los sindicatos y de aceptar parte de sus reivindicaciones. Ejemplo: la ley de huelga, bien vista por un sector de renovadores y por los guerristas, y tan denostada por el equipo económico.

Por último, algunos renovadores, como el presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, o el ex ministro José Barrionuevo, verían con buenos ojos una colaboración, según sea el resultado electoral, con Izquierda Unida, en tanto que la gran mayoría, aunque tapándose la nariz, cree que lo "razonable" sería pedir apoyo a los nacionalistas.

e también por estar en la liza la pequeña corriente Izquierda Socialista, muy activa en la presentación, con éxito, de enmiendas al programas electoral, que coincide con los renovadores en su rechazo al actual modelo de partido, pero que comulga con el discurso de la actual ejecutiva, en contra de las tesis liberales en materia económica.

Las grandes incógnitas, a despejar a partir de septiembre son: ¿Qué tipo de partido debe ser el PSOE tras las elecciones?; ¿qué función deben tener sus 300.000 militantes?; ¿qué postulados ideológicos deben animar su política?; y, finalmente, ¿quién estará en la dirección?Las elecciones Alfonso Guerra. han supuesto un paréntesis, porque no es momento de innovar o arriesgar cuando lo que está en juego es conservar el poder o quedar a la intemperie de la oposición. Lo único que todos consideran realista es que ya nada volverá a ser igual y que los errores cometidos deben ser subsanados.

Felipe González habla de renovación, pero confunde a sus mentores cuando dice que ningún grupo debe apropiarse de ese concepto. A estas alturas, el secretario general del PSOE sabe que se equivocó cuando no intervino en la formación de la anterior ejecutiva del partido y dejó a Alfonso Guerra que dirimiera el resultado del congreso. Consideró que con la autonomía que tenia para formar el Gobierno le era suficiente. No fue así y la brecha se ensanchó aún más. El partido no existe, decían desde el Gobierno. El Gobierno no toma la iniciativa, decían desde el partido.

La lucha ideológica, organizativa y de poder, ha quedado en suspenso y se ha recuperado el discurso "de progreso". Se vuelve a decir que los socialistas son "de izquierda como también hace Felipe González, que el "socialismo democrático" entraña un modelo de solidaridad que lo distingue claramente de la derecha, y que el principal logro del PSOE, por este orden, consiste en los avances de la Sanidad, la Educación, las pensiones y las infraestructuras.

Como reconocen miembros de todas las familias, en tiempos de crisis se refuerzan las señas de identidad primigenias, se vuelve a lo seguro. Después del día 6, si el resultado es de victoria, el cambio y la renovación se afrontarán moderadamente. Si se hace desde la oposición, la lucha será sin cuartel. Lo que está claro es que se romperán las filas y cada cual volverá a sus posiciones.

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