Empate afortunado del Real Madrid ante Quico, la joven estrella del Cádiz

El Real Madrid se despidió de Cádiz con un suspiro. Alcanzó un empate afortunado y aceptó como bueno el mal menor. Habló mucho, no dijo nada y vivió pendiente de que Quico no hiciera más daño de la cuenta. Tan sencillo fue el asunto: el delantero gaditano se impuso sobre todo el artificio madridista. De paso, Quico añadió argumentos a su candidatura para entrar en el esquema del seleccionador nacional, Javier Clemente.El Madrid llegó al descanso con sobrados motivos para dudar de sí mismo. Su aparato táctico había quedado en entredicho ante el lenguaje directo empleado por el Cádiz. Se propusi...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El Real Madrid se despidió de Cádiz con un suspiro. Alcanzó un empate afortunado y aceptó como bueno el mal menor. Habló mucho, no dijo nada y vivió pendiente de que Quico no hiciera más daño de la cuenta. Tan sencillo fue el asunto: el delantero gaditano se impuso sobre todo el artificio madridista. De paso, Quico añadió argumentos a su candidatura para entrar en el esquema del seleccionador nacional, Javier Clemente.El Madrid llegó al descanso con sobrados motivos para dudar de sí mismo. Su aparato táctico había quedado en entredicho ante el lenguaje directo empleado por el Cádiz. Se propusieron los madridistas hacerse los dueños del balón y lo consiguieron en buena medida, pero Jaro vivía con el susto en el cuerpo temiendo que cualquier andanza de Quico acabara por desmontar todo el andamiaje. El Madrid hablaba mucho, pero no decía nada, y Quico era un insulto cada vez que le llegaba una pelota en condiciones. Con esa sencillez se dispuso el Cádiz sobre el terreno de juego: diez hombres para evitar el mal y uno para conquistar los dos puntos. Quico despierta una fe sin límites entre sus compañeros. No había otra jugada posible que buscarle con la mirada y dedicarle cada balón. La obsesión llegó al propio guardameta, Fernández, que le remitió algún que otro saque de portería.

Más información

Así fue una y mil veces: e Cádiz, por las claras, y el Madrid, entretenido en su verborrea. Y conste, para material de archivo, que el rival poco hizo para entorpecer el discurso madridista. Salvo Martín Vázquez, de quien se ocupó Felicia no, ningún otro centrocampista encontró grandes obstáculos para moverse. Esta aparente imprudencia dejó al desnudo algunas de las realidades que vive el Madrid: su eje motriz, es decir el centro del campo, se mueve bajo la velocidad de un motor Diesel. A ese ritmo, tanto pase, tanto tecnicismo, tanta pose, convierten su fútbol en oratoria hueca. El asunto se agrava cuando el más rápido de esos centrocampistas vive inmerso en un enigma: ¿qué hace Prosinecki empeñado en devolver hacia atrás todo balón que alcanza su dominio?

Otra preocupación que entretendrá las horas de ocio de Benito Floro es la contradicción que se vislumbra entre las características de Zamorano y el fútbol que interpretan los centrocampistas fuera de casa. Zamorano es una cosa dentro del área, donde desarrolla su mejor capacidad, y otra fuera de ella. No es un jugador hábil para doblar un pase, entretener un balón o actuar con sentido con campo por delante. Obsérvese que el balón se le mueve a trompicones cuando la portería le queda lejos, un detalle que no debe pasar inadvertido: Zamorano se parece más a Santillana que a Hugo Sánchez. Todo lo contrario que Quico, que destila sentido en todas sus acciones.

Quico, principio y final, sí, del partido de ayer. Porque este joven jugador se bastó para mantener a los cuatro zagueros madridistas en alarma permanente y al Madrid en equilibrio inestable. Quico fue quien interpretó la acción que determinó la rotura de las hostilidades. Corría el minuto 48 cuando uno de esos balones que le buscaban propició una larga carrera hacia el área cuyo resultado fue la autoinmolación de Rocha, que se dirigió en cuerpo y alma para detenerle hasta que dio con él en el suelo a escasos metros del área. Aceptó la tarjeta roja como un mal menor porque Quico viajaba con cara de gol. El destino, sin embargo, fue justo con el Cádiz y Oliva transformó el libre directo consiguiente. Quico había hecho su trabajo.

A partir de ese momento, el Madrid estaba diezmado numérica y tácticamente. Floro buscó soluciones de urgencia y tuvo éxito: Hierro, en el centro de la defensa, ofreció algo más de seguridad; Luis Enrique, en el ataque, sirvió para la única aproximación realmente peligrosa, y Milla experimentó su primer remate a gol desde que actúa en el Madrid. Pero la reacción blanca fue más bien casual y el empate debe celebrarlo como un hecho afortunado.

La atención siguió pendiente de Quico hasta el último minuto porque se le suponía capaz de mayores resultados que todo el aparato madridista. Continuó su lucha en solitario y siguió sosteniendo todas las esperanzas de los gaditanos. Pero, en ese aspecto, el Cádiz trató de abusar de la suerte y el partido acabó en tablas: Quico empató con el Madrid.

Hará bien Clemente, víctima de la sequía de delanteros con ambición, en tomarle las medidas a este joven campeón olímpico que tiene sentido del juego, habilidad para zafarse de los defensas y obsesión por llegar al punto de remate. Tomarle las medidas, sí, porque compendia cualidades muy escasas por estos lares. Además de las apuntadas, una envergadura excepcional. Quico se sale del estereotipo. Incluso es alto.

Archivado En