BALONCESTO / LIGA EUROPEA

El Madrid vive con angustia el minuto final

Hizo el Madrid una pésima administración de su potencial y terminó el partido con el susto en el cuerpo. Se instaló sin grandes alardes bajo la renta fáctica de los 10 puntos y quiso vivir cómodamente, convencido de que los alemanes forman un equipo conformista. Se equivocó, porque el rival aprovechó la circunstancia para esperar al final y buscar el golpe de mano sin solución. La victoria tuvo así un valor añadido, dado que apestó a derrota en los últimos 20 segundos. El Madrid debe aprender a jugar la Liga europea.Es el Bayer Leverkussen un equipo de difícil catalogación. Está repleto de...

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Hizo el Madrid una pésima administración de su potencial y terminó el partido con el susto en el cuerpo. Se instaló sin grandes alardes bajo la renta fáctica de los 10 puntos y quiso vivir cómodamente, convencido de que los alemanes forman un equipo conformista. Se equivocó, porque el rival aprovechó la circunstancia para esperar al final y buscar el golpe de mano sin solución. La victoria tuvo así un valor añadido, dado que apestó a derrota en los últimos 20 segundos. El Madrid debe aprender a jugar la Liga europea.Es el Bayer Leverkussen un equipo de difícil catalogación. Está repleto de alemanes, lógico por otra parte, y cuenta con una pareja de los denominados americanos de imitación, jugadores que pueblan competiciones de segundo calibre, negros por más señas, convenientemente rapados, pero de personalidad indefinida: mascan chicle durante 40 minutos y anotan canastas de muy diferentes maneras, desde fuera de la zona, por dentro, a la veloz carrera o en estática posición, pero ni son pesos pesados ni son hombres de carácter. Su fusión con sus colegas alemanes es armoniosa pero no ruidosa. De ello se deduce un equipo ligero, apto para buenas digestiones si el que está enfrente tiene las ideas claras. No es el caso del Madrid.

Así, pues, el partido no tenía demasiado remedio, salvo que Sabonis luciera una de esas actuaciones disuasorias que permitan a sus compañeros beneficiarse de una ventaja amplia. Sabonis hizo lo que pudo, pero no encontró demasiado espacio por el que moverse a sus anchas, entorpecido por la presencia del gigante Welp, cuya mejor virtud es el espacio que ocupa en la zona dada su en vergadura. El problema no era demasiado complicado, pero nadie acertó a resolverlo.

Aun así, el Madrid alcanzó los 10 tantos de ventaja mediada la primera parte y dio la sensación de querer dar el paso al frente durante muchos minutos. Sin embargo, mezcló tanto sus aciertos con su congénita tendencia a la pérdida del balón, qué terminó diluyendo su propia actuación hasta contagiarse de la personalidad amorfa de su rival. La segunda parte amenazó un inacabable trámite, convertida en un intercambio de canastas sin cuento hasta que llegó el minuto 35 y los madridistas observaron que la renta fáctica había desaparecido: 67-63 en el marcador y tiempo muerto de Luyk.

Los cinco últimos minutos fueron otra cosa. Los madridistas trataron de peligrar la victoria pero comprendieron tarde que no era fácil encontrar la mano de Sabonis. Los alemanes vieron el éxito a su alcance y fueron conscientes de que un par de canastas las hace cualquiera. El partido entró en fase terminal para el Madrid que terminó amparándose en el tiro libre para sobrevivir. Aun así, la última posesión estuvo en manos de Wheeler. Deducir a esas alturas que la derrota madridista habría sido injusta es desconocer la filosofia del baloncesto, un deporte que permite que dos equipos jueguen de forman diferente con los números. Diez puntos constituyen una renta que se puede administrar en dos direcciones, para multiplicar beneficios o para ahorrar esfuerzos. El Madrid calculó mal, pero la victoria le permite sacar conclusiones sin dramatizar. Para celebrar su retorno a la Liga europea constituyó una lección interesante.

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