Tribuna:

Gente cariñosa

La gente es de una amabilidad extraordinaria, incluso con las personas que no conoce de nada, y puedo asegurarlo porque tengo al respecto conmovedoras experiencias.Recientemente viajé por carretera de Valencia a Madrid y me impresionaron las abrumadoras muestras de afecto que recibí durante todo el recorrido. Se dio la circunstancia (por otro lado irrelevante; la refiero sólo para ambientar el relato) de que aquel día decidí respetar rigurosamente los límites de velocidad; o sea, que si las señales de tráfico decían 90, yo ponía el coche a 90 kilómetros por hora; si 40, yo a 40. Pues bien, ape...

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La gente es de una amabilidad extraordinaria, incluso con las personas que no conoce de nada, y puedo asegurarlo porque tengo al respecto conmovedoras experiencias.Recientemente viajé por carretera de Valencia a Madrid y me impresionaron las abrumadoras muestras de afecto que recibí durante todo el recorrido. Se dio la circunstancia (por otro lado irrelevante; la refiero sólo para ambientar el relato) de que aquel día decidí respetar rigurosamente los límites de velocidad; o sea, que si las señales de tráfico decían 90, yo ponía el coche a 90 kilómetros por hora; si 40, yo a 40. Pues bien, apenas había salido de Valencia cuando ya los que venían detrás me anunciaban su llegada con alegres repiqueteos de claxon y agitaban los brazos para saludarme.

Pronto se formó a mis espaldas una cola de amigos que pugnaban por estar cerquita de mí. Tras seguirme largo trecho, me adelantaban raudos haciendo sonar jubilosamente el claxon y me gritaban cariñosas frases que, lamentablemente, no podía oír. La mayoría -esto no dejó de sorprenderme- me reconocía, y como sabía que soy aficionado a los toros, hacía gestos identificativos, consistentes en cerrar los dedos de la mano, salvo el índice y el meñique, y me los enseñaban por la ventanilla.

Al llegar al semáforo de Arganda los volví a encontrar a todos. Y ya iba a bajar, aprovechando la parada, para darles un abrazo, pero observé que unos se hacían los distraídos y otros se ponían colorados, lo, cual era consecuencia de esa timidez consustancial a ' las personas buenas. De todos modos, y para no quedar como un desagradecido, al primero que tuve al lado le saludé con un bocinazo, y a causa del maldito ruido no oí bien lo que respondió. Creo que era un cariñoso recuerdo a mi padre.

¡Oh, sí! Fue un viaje inolvidable.

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