TOUR DE FRANCIA 1991

Exhibición de Induráin y del Banesto en Alpe d'Huez

La costumbre dice que Induráin sentenció ayer el Tour. Su ascensión al Alpe d'Huez demostró no sólo que está intacto, y por tanto cómodamente instalado en el liderato, sino que sus fuerzas son mayores que las de sus rivales. La primera etapa alpina quedó restringida a un mano a mano entre Induráin y Bugno con un resultado engañoso: Bugno ganó la etapa, pero perdió la guerra. Lo lógico es que aspire ahora a consolidar la segunda plaza. Todos los demás, desde Mottet hasta LeMond, pasando por Chiapucci y Fignon, quedaron definitivamente descartados. La jornada significó, por último, el quinto tri...

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La costumbre dice que Induráin sentenció ayer el Tour. Su ascensión al Alpe d'Huez demostró no sólo que está intacto, y por tanto cómodamente instalado en el liderato, sino que sus fuerzas son mayores que las de sus rivales. La primera etapa alpina quedó restringida a un mano a mano entre Induráin y Bugno con un resultado engañoso: Bugno ganó la etapa, pero perdió la guerra. Lo lógico es que aspire ahora a consolidar la segunda plaza. Todos los demás, desde Mottet hasta LeMond, pasando por Chiapucci y Fignon, quedaron definitivamente descartados. La jornada significó, por último, el quinto triunfo consecutivo de un italiano. Con razón la prensa transalpina denomina al Tour el Giro de Francia.

El Banesto hizo un trabajo sobresaliente desde la salida hasta la meta; un triunfo de etapa le habría dado la calificación máxima, la matrícula de honor. Miguel Induráin se convirtió en el último eslabón de la cadena de producción. A falta de cuatro kilómetros para la cima, Induráin presidía la carrera acompañado por un Gianni Bugno aparentemente conformado con limitar sus objetivos y olvidarse del asalto al liderato. Al lado de los dos corredores más poderosos de este Tour sólo pudo viajar el francés Luc Leblanc, pero tartamudeando, sin otra intención que la de tener el honor de acompañarles. Si a estas alturas de carrera el líder ocupa la presidencia, está todo dicho, firmado y rubricado. Sólo una circunstancia anormal podrá desviar el rumbo de los acontecimientos antes de la coronación de Induráin en París el próximo domingo.El guión de la etapa tuvo un desarrollo bastante lineal. Por un lado, los aspirantes llegaron en comandita a la base de Alpe d'Huez. Por otro, el suspense se fue aclarando sin aparentes altibajos: los personajes iban desapareciendo de la escena muy ordenadamente. Primero cayó Greg LeMond; a continuación, Charly Mottet; seguidamente, Laurent Fignon, y en el último acto, Claudio Chiapucci. Todas fueron despedidas muy educadas, sin aspavientos, sin disimulos; ninguno de ellos intentó el engaño. Se quedaban, no podían seguir el ritmo. Para remate, los únicos ataques, formalmente tres, partieron de Bugno. Pero nunca consiguió su propósito.

Líder imperturbable

Miguel Induráin ofreció una imagen majestuosa, siempre imperturbable, limitando extraordinariamente sus movimientos. Era como un monarca en una recepción oficial: pulcritud, corrección, protocolo. Estuvo siempre situado donde mandan los cánones, en un discreto segundo lugar, precediendo ora a su compañero de equipo François Bernard ora a Bugno. Ni siquiera cayó en la tentación de otros líderes pretenciosos que buscan presidir el cortejo durante toda la ceremonia del ascenso. Induráin tomó el mando en el último tercio para que Bugno entendiese que no existían posibilidades reales para limar diferencias.La etapa no sorprendió a nadie por cuanto su escaso kilometraje, 125 kilómetros, hacía prever que, independientemente de saltos anecdóticos (entre ellos estuvo el español Ruiz Cabestany, que junto al francés Bourguinon anduvo como cabeza de carrera durante una gran parte de la jornada), los aspirantes optarían por limitar toda la batalla al asalto de la cima de Alpe d'Huez, sus 21 curvas, sus altos porcentajes y ese ambiente espectacular que ofrecen más de 300.000 aficionados repartidos por la ladera y que convierten la carretera en un estrecho pasillo humano. Por si acaso, el equipo Banesto en pleno se encargó, antes de llegar a Alpe d'Huez, de que la velocidad del pelotón fuera la adecuada: ni muy lenta ni demasiado rápida. Permitió algunas escaramuzas sin peligro, y llegó a bloquear en algún momento la carretera hasta con ocho hombres en su cabeza. Sólo faltaba Bernard, cuyo papel estaba reservado para el último tramo.

Una vez iniciada la verdadera etapa, en las laderas de Alpe d'Huez y sobre una distancia de 13 kilómetros, el Tour comenzó a clarearse definitivamente. Todas las decisiones correspondieron a Bugno. Ningún otro habló ayer. El primer aviso del italiano, una acción de tanteo propiamente dicha tras la primera de las 21 curvas de la montaña, tenía como intención Invitar a otros ataques y a una rotura inmediata del grupo con el fin de hacer la primera selección. Bugno pudo observar que Bernard tiraba del carro de Induráin y que otros colegas carecían de capacidad de respuesta y optaban por actuar en otra ocasión. En pocos metros se restableció la situación.

El segundo ataque posiblemente decepcionó al italiano. Primero, porque evidenciaba que Bernard seguía teniendo gas; luego, porque quedaban definitivamente descolgados hombres como Mottet, LeMond y Fignon, y junto a ellos Pedro Delgado. Es razonable pensar que Bugno deseara una situación más conflictiva, en la que Induráin se viese obligado a una labor disuasoria mucho más prolífica. Sin embargo, Bugno se encontró a mitad de camino con una escenografía muy estable. Por añadidura, Chiapucci caminaba en silencio, y, por desgracia para él, Bernard trabajaba a destajo como un auténtico gregario.

Al tercer tirón, la cabeza de carrera quedó casi desierta. Bugno contra Induráin, los dos corredores en quienes parece concentrarse el futuro a medio plazo del ciclismo mundial. Estábamos en el prólogo de un interesante antagonismo, pero hay que reconocer que no fue excesivamente emotivo. Tanto Induráin como Bugno son corredores de similares características, que emplean idénticos desarrollos, que trabajan en los mismos campos de actuación. Y la montaña no es la más brillante de sus especialidades: suben sin explosiones. Es un lenguaje distinto al que acostumbraban a exponer hombres como LeMond, Fignon o Delgado. Estamos ante los mejores del curso del 64, y ésas son sus señas de identidad, que nadie se llame a engaño. Detrás, Fignon dejaba a Mottet y LeMond y se marchaba junto a Delgado, que aparecía en mejor forma que en los Pirineos. De hecho, cuando Delgado vio a Fignon castigado, se lanzó hacia delante, y luego, en labor clara de compañero de Induráin, volvió a frenar cuando llegó a la altura de Chiapucci.

La victoria de Bugno, finalmente, significó el quinto triunfo italiano consecutivo en este Tour, ya denominado con cierta sorna como el Giro de Francia. Los italianos suman siete victorias si se tienen en cuenta las del Ariostea en la contrarreloj por equipos y la del soviético Abdujapárov (del Carrera) en la primera etapa. Para redondear el hito histórico, las consecuencias de la primera jornada alpina colocaron a Bugno y Chiapucci en el podio, lugar que parecen destinados a mantener. Pero hay otro dato que satisface más a los españoles: quien se viste de amarillo en Alpe d'Huez, dice la tradición, tiene casi todas las posibilidades de llegar vestido del mismo color a París.

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