Instinto de perdedores

Los españoles flaquean en las finales

El deporte español asume con fatalidad las grandes finales, al menos en sus dos especialidades más arraigadas: fútbol y baloncesto. La derrota del Barcelona frente al Pop 84 se debió en gran medida al miedo a perder, y así lo reconoció su entrenador, Bozi dar Maljkovic. La estadística abunda sobre esta dificultad para soportar la presión en los grandes momentos. Los equipos españoles, con las selecciones a la cabeza, no poseen el instinto de los ganadores. De las 21 finales disputadas por nuestros clubes y se lecciones, sólo se han producido ocho victorias.

El pobre balance de victorias...

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El deporte español asume con fatalidad las grandes finales, al menos en sus dos especialidades más arraigadas: fútbol y baloncesto. La derrota del Barcelona frente al Pop 84 se debió en gran medida al miedo a perder, y así lo reconoció su entrenador, Bozi dar Maljkovic. La estadística abunda sobre esta dificultad para soportar la presión en los grandes momentos. Los equipos españoles, con las selecciones a la cabeza, no poseen el instinto de los ganadores. De las 21 finales disputadas por nuestros clubes y se lecciones, sólo se han producido ocho victorias.

El pobre balance de victorias contradice las expectativas generadas por el fútbol y el baloncesto en los últimos cinco años. La sensación general es que el, deporte español ha desaprovechado una generación magnífica de jugadores. La irrupción de la quinta del Buitre coincidió con la consolidación de un grupo de futbolistas jóvenes en otros equipos: Zubizarreta, Bakero, Beguiristáin, Quique, Julio Salinas, Roberto, Eusebio o Fernando. Este núcleo anunciaba tiempos excelentes para el fútbol español. Los vaticinios no se han cumplido, y tampoco se han certificado en baloncesto.Los Juegos de Los Ángeles reunieron al mejor equipo español de la historia. El segundo puesto iniciaba una edad de oro del baloncesto español, según los analistas. En un momento de declive del resto de selecciones europeas -con la excepción de la URSS-, España contaba con un amplio número de jugadores en su mejor edad, caso de Solozábal, Epi, Llorente, los hermanos Martín, Andrés Jiménez, Romay o Villacampa. Esta lógica podía llevarse a los clubes. Los resultados han defraudado las esperanzas. Desde 1984, la selección no ha terminado nunca entre las tres primeras en los grandes competiciones: Juegos Olímpicos, Campeonatos del Mundo -Incluido el disputado en España en 1986- y Campeonatos de Europa. Todo esto a pesar de que el equipo nacional siempre ha partido como medallista en los pronósticos.

El miedo ha sido crucial casi siempre en las derrotas. Sólo así se explica la inclinación de nuestros clubes a perder en la prórroga o en las tandas de penaltis. De esta manera perdió la selección de Miguel Muñoz con Bélgica en los cuartos de final del Mundial 86. Cuatro años después, en Italia, el equipo de Luis Suárez fue derrotado en la prórroga por Yugoslavia en los octavos de final del torneo mundialista. La misma generación de jugadores -fundamentalmente la quinta del Buitre - sufrió durísimos reveses en la Copa de Europa, el grial sagrado del Real Madrid. Sometido el Madrid cayó a esta presión durante tres temporadas en las semifinales del máximo torneo europeo de clubes.

El desplome

Sin embargo, el máximo ejemplo de desplome anímico se produjo en las filas del Barcelona en la Español en la Final de la Copa de UEFA, en 1988. Después de ganar el primer partido por un meridiano 3-0 y aguantar con solidez la primera parte del encuentro de vuelta, el Español encajó tres goles en la segunda parte y perdió su histórica oportunidad en la tanda de penaltis. El páníco a una derrota trascendental también atenazó al Barcelona en la final de la Copa de Europa de 1986, ante el Steaua de Bucarest, un equipo novato en partidos de este rango. En Sevilla, delante de 70.000 hinchas, el Barça sufrió en el trámite postrero de los penaltis la derrota más dolorosa de su la historia,

La debilidad de carácter ha sido evidente en la década pasada. En los últimos años, únicamente el Barcelona ha sido capaz de conquistar una Final europea a un solo partido: la Recopa de 1990. El Madrid ganó dos Copas de la UEFA, en plena ascensión de la quinta. Estas dos victorias se fraguaron en partidos a doble vuelta y en una competición menor, o no tan mitológica para el madridismo. Es decir, la presión era menor y no existía la sensación de participar en compromisos históricos, como ocurrió en las siguientes cinco temporadas en la Copa de Europa. Situado en el trance de emular al Madrid de Di Stéfano, el Madrid de la quinta siempre ha parecido huérfano de ánimo.

Parecido esquema cabe aplicarse al equipo de baloncesto del Barcelona, cada vez más oprimido por su necesidad de triunfar en la Copa de Europa. El Barça no tuvo demasiados problemas psicológicos cuando se midió al Zalgiris y el Scavolini en las finales de la Recopa de 1986 y 1987. Era un competición prestigiosa, sin duda, pero no acababa de integrar al equipo en el gotha europeo del baloncesto. Cuando se ha visto en la gran empresa continental, la Copa, el Barcelona ha acudido generalmente como favorito, y siempre ha sido víctima de sus fantasmas y de la habilidad de los yugoslavos para dominar las grandes finales. A diferencia de los españoles, los equipos yugoslavos se sienten cómodos en los momentos de alto riesgo. En los últimos años, ningún equipo español ha batido a un balcánico en una final a un solo partido. La única victoria sobre los yugoslavos llegó en 1988. El Madrid ganó al Cibona de Zagreb en la final de la Copa Korac, a dos particlos.

En algunos casos, los equipos españoles han tenido que contratar a enémigos históricos para ahuyentar sus fantasmas. El Madrid ganó la final de la Recopa de 1989 a un solo partido y en la prórroga, algo inaudito entre nuestros equipos. De aquel partido queda en la memoria, los 62 puntos que marcó Petrovic al Caserta. Dos precisiones, Petrovic es yugoslavo y se había distinguido hasta entonces por enterrar metódicamente las esperanzas madridistas en Europa.

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