Tribuna:

Expertos

Ya se les notaban las ganas, pero estaban obligados a reprimirlas, porque las guerras, como la muerte, no deben ser deseadas a nadie hasta el momento en que se produzcan. Y de momento, en las radios y las televisiones, los expertos civiles iban desgranando su saber sobre el número de cabezas de misiles que tenía éste y aquél, o sobre el equilibrio de juguetería bélica electrónica establecido entre tal o cual país, o sobre la maravilla de aquel avión de transporte y destrucción capaz de enviar 50 bombas por minuto. Algunos no podían contener la baba, y de cuando en cuando se la sorbían ante los...

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Ya se les notaban las ganas, pero estaban obligados a reprimirlas, porque las guerras, como la muerte, no deben ser deseadas a nadie hasta el momento en que se produzcan. Y de momento, en las radios y las televisiones, los expertos civiles iban desgranando su saber sobre el número de cabezas de misiles que tenía éste y aquél, o sobre el equilibrio de juguetería bélica electrónica establecido entre tal o cual país, o sobre la maravilla de aquel avión de transporte y destrucción capaz de enviar 50 bombas por minuto. Algunos no podían contener la baba, y de cuando en cuando se la sorbían ante los micrófonos, aunque inmediatamente añadían: ojalá la guerra no estalle. Me recordaban a aquellos niños de la posguerra española o mundial que coleccionaban cromos de máquinas de destruir vida sin la clara conciencia de que aquellas máquinas mitificadas se habían llevado por delante a millones de seres humanos.Al día siguiente de la intervención norteamericana contra Irak, y a la vista de la eficacia de la juguetería, los expertos no cabían en sí de gozo. Hasta se les escapaba la risa y llamaban tonto a Husein por haberse atrevido a desafiar su colección de cromos. En las cabezas de los expertos civiles, la guerra era un simple zafarrancho en tecnicolor lleno de máquinas prodigiosas y de recorridos digitales que cumplían a la perfección los predeterminados caminos de la muerte. Escasísimas consideraciones sobre la evidencia de que bajo tales prodigios estaban muriendo en aquel mismo momento seres humanos. Ni una mueca de piedad. Si no había tenido piedad Sadam Husein de los suyos, ¿por qué iba a tenerla aquella pandilla de cabezas de huevo? No. Lo que había era la satisfacción generalizada porque algún dios les había hecho expertos en destrucciones y al mismo tiempo les había situado en el bando más afortunado: el que destruye más, mejor, más rápido.

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