FINAL DE LA COPA DE EUROPA DE BALONCESTO

Angelitos

Todo club español que se precie teme encontrarse en cualquier final europea a un equipo italiano o a un conjunto yugoslavo. Pero ese temor es inevitable porque el baloncesto europeo de alto nivel ha quedado reducido a ese triunvirato que forman españoles, italianos y yugoslavos, quienes se habrán repartido 25 de los últimos 30 títulos europeos, los correspondientes a las últimas diez temporadas en las tres versiones, Copa de Europa, Recopa y Copa Korac. Sin embargo, puestos a elegir, todo club español que se precie y tenga en alta estima su integridad física preferirá a un club italiano antes ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Todo club español que se precie teme encontrarse en cualquier final europea a un equipo italiano o a un conjunto yugoslavo. Pero ese temor es inevitable porque el baloncesto europeo de alto nivel ha quedado reducido a ese triunvirato que forman españoles, italianos y yugoslavos, quienes se habrán repartido 25 de los últimos 30 títulos europeos, los correspondientes a las últimas diez temporadas en las tres versiones, Copa de Europa, Recopa y Copa Korac. Sin embargo, puestos a elegir, todo club español que se precie y tenga en alta estima su integridad física preferirá a un club italiano antes que a uno yugoslavo.Las razones son muy simples: a un equipo yugoslavo se le presume siempre el favor arbitral, una genética tendencia a recurrir al juego sucio y una insultante facilidad para improvisar. Estas tres condiciones se reúnen en otra de sencilla lectura para cualquier espectador: todo jugador yugoslavo es un buen tírador.

Con el transcurso del tiempo, sin embargo, las sucesivas generaciones de yugoslavos que se han sucedido en la cúspide del panorama europeo habían dejado como imagen de marca un poso de suciedad: los rivales caían fruto de la gran calidad de éstos pero alimentaban futuros enfrentamientos con un irrefrenable y explicable deseo de venganza. Desde Kikanovic hasta Petrovic, han protagonizado escenas deplorables donde se unían la violencia, la falta de respeto al rival y un orgullo mal entendido. De las actuaciones del último gran club, la Cibona de Zagreb, así como de la propia selección, han quedado grabadas algunas imágenes irritantes: un jugador amenzanando con unas tijeras al incombustible Meneghin, una reyerta con Sabonis en una final, otra trifulca con Bellosteni en un Europeo y las ya archiconocidas andanzas de los hermanos Petrovic con los madridistas. Parecían dominar tan bien la escena y parecían contar con tal impunidad, que los rivales terminaban las finales derrotados y, lo que es peor, humillados, insultados y repletos de escupitajos.

Todo este negro curriculo no obra, sin embargo, en los antecedentes del Jugoplastica, el mejor representante actual del baloncesto yugoslavo, bien es cierto, pero también el más limpio. Lo primero que ha de señalarse de este club es que, si los genes de Kukoc y compañía no les juegan una mala pasada, atesora las virtudes de esa impresionante escuela, pero ninguno de sus defectos.

Ello no significa que sea menos peligroso, porque su categoría técnica es impresionante, tanto que han sorprendido a la propia NBA. Ejecutan un baloncesto libre e inteligente, dominan las claves del juego y los ftindamentos del tiro, el pase y el bote. Y, además, saben defender, faceta que los yugoslavos siempre desestimaron. Estamos, pues, ante unos angelitos, pero vaya angelitos.

Archivado En