Crítica:

La sangre de los otros

Las preguntas que hace Lanzmann a los entrevistados de su filme Shoah -judíos supervivientes, campesinos polacos y oficiales de las SS parecen superfluas, insignificantes en relación a la magnitud de lo ocurrido. Algún entrevistado llega a mostrar su perplejidad ante la curiosidad por esos detalles nimios. Pero a medida que Shoah avanza en su inexorable recorrido por el dolor y la muerte, ese minucioso encaje de bolillos que va tejiendo pacientemente Lanzmann consigue reconstruir, con una corporeidad sorprendente, horror sobre horror, el escenario del holocausto.La parte más estr...

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Las preguntas que hace Lanzmann a los entrevistados de su filme Shoah -judíos supervivientes, campesinos polacos y oficiales de las SS parecen superfluas, insignificantes en relación a la magnitud de lo ocurrido. Algún entrevistado llega a mostrar su perplejidad ante la curiosidad por esos detalles nimios. Pero a medida que Shoah avanza en su inexorable recorrido por el dolor y la muerte, ese minucioso encaje de bolillos que va tejiendo pacientemente Lanzmann consigue reconstruir, con una corporeidad sorprendente, horror sobre horror, el escenario del holocausto.La parte más estremecedora es, sin lugar a dudas, la de las entrevistas con algunos de los campesinos polacos que vivían cerca de los campos. Sus gestos y esas palabras suyas que tropiezan y confiesan dan la medida de hasta qué punto la condición humana puede llegar a lo más alto y a la mayor degradación. Lanzmann -"alfarero metafisico", dicen de él- consigue documentos espeluznantes de esas insignificantes preguntas en medio de una conversación pausada, generalmente en el lugar donde ocurrieron los hechos, y aparentemente libre de tensiones. Sabemos ahora que esa parte del filme provocó una campaña contra él en Polonia, felizmente superada más tarde cuando Jaruzelski dio luz verde a su exhibición.

Shoah (segunda parte)

Martes 16, 1.00, TVE1.

Pero nadie que haya visto el documental de Lanzmann ha podido entrever en él una acusación particular contra los polacos; la circunstancia geográfica hizo que fueran ellos, y no otro ser humano de cualquier otra parte del mundo.

En Francia vieron Shoah en sus televisores entre cinco y seis millones de televidentes, y en el palmarés de Le Monde fue juzgado la emisión más excepcional del año. Los británicos, que pudieron verlo en el Channel 4, lo proclamaron el mejor programa importado, y en Estados Unidos fue redifundido por la televisión pública, que lo programó en la franja horaria de prime time. El retraso de la emisión de las diez de la noche a las once en la RAI-3 de Italia provocó un pequeño escándalo que obligó a su redifusión a las nueve de la noche. Desconocemos cuál ha sido el eco que la primera parte de Shoah ha tenido entre nosotros, pero mucho nos tememos que no ha debido ser muy alto. Su carácter de documental, y sobre un tema como el holocausto, disuade ya a una parte importante de la audiencia. Su programación a la una de la madrugada tampoco ayuda. Y es una pena, porque Shoah es un documento estimable y doloroso sobre ese territorio tan inexplorado que es la condición humana.

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