Lenta agonía del Atlético de Madrid en Perugia

ENVIADO ESPECIAL El Atlético de Madrid padeció una lentísima agonía en Perugia. Todas las circunstancias de un partido extraordinariamente abrupto condujeron finalmente a la derrota del equipo de Javier Clemente. Ni la fortuna, aliada necesaria en la suerte de los penaltis, estuvo de su parte. Después de un partido extenuante y parco de calidad, el Atlético de Madrid llegó a la tanda mortal sin Goikoetxea, con cuatro jugadores amonestados, huerfános sus hombres de fuerza y puede que de ánimo. Ganar en esas condiciones se antojaba un milagro.

La escuadra de Florencia comenzó con rasgos m...

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ENVIADO ESPECIAL El Atlético de Madrid padeció una lentísima agonía en Perugia. Todas las circunstancias de un partido extraordinariamente abrupto condujeron finalmente a la derrota del equipo de Javier Clemente. Ni la fortuna, aliada necesaria en la suerte de los penaltis, estuvo de su parte. Después de un partido extenuante y parco de calidad, el Atlético de Madrid llegó a la tanda mortal sin Goikoetxea, con cuatro jugadores amonestados, huerfános sus hombres de fuerza y puede que de ánimo. Ganar en esas condiciones se antojaba un milagro.

La escuadra de Florencia comenzó con rasgos muy poco renacentistas. Dertycia, un argentino que utiliza su corpachón como arma de combate, acreditó su embestida con un zapatazo al tobillo de Ferreira. La entrada tenía el aire intimidatorio que se busca en los torneos europeos. La primera patada siempre deja un interrogante sobre el césped. Si nadie responde, el agresor ha ganado la guerra psicológica. El Atlético de Madrid respondió, como se presume en un equipo de Clemente, pero no añadió sensatez al partido. La violenta presentación de Dertycia dejó un encuentro confuso, anárquico casi siempre.

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El juego físico y el recelo abundó en todo momento. Los dos astros de cada equipo, Baggio y Futre, hicieron mutis en aquel rifirrafe inicial. Baggio padeció el acoso de Ferreira, que le siguió hasta la ducha. Futre, muy desconectado del juego, fue bien manejado en la primera parte por los poderosos defensores italianos. En estas condiciones, sólo un jugador podía establecer una cierta armonía. Su nombre, Carlos Dunga, un brasileño situado en las antípodas del artista carioca. Un tanto rechoncho, zambo, con las medias caídas, Dunga es un centrocampista infatigable y duro. Su ascendencia brasileña se adivina, sin embargo, en la personalidad que despliega en el campo y en el correcto criterio que administra en cada jugada. Nadie pudo contrarrestrar a Dunga, que dominó con gran comodidad la parcela central.

La paulatina ascensión de Dunga culminó con el gol del Fiorentina. Una de las escasas apariciones de Baggio acaba con la estrella italiana en el suelo. Era una falta en el ángulo derecho del área de Abel. Parecía que la jugada requería un ollazo, pero Dunga escogió un tiro directo, raso, favorecido por la pátina de un césped muy húmedo. Como pudo, Abel despejó a córner aquella bomba. Baggio sacó el córner con un efecto endiablado, ante la impasibilidad de la defensa del Atlético de Madrid. El arco de Baggio acabó en gol, pese al intento desesperado de Bustingorri.

La respuesta del Atlético de Madrid fue codiciosa, pero deshilvanada. Pudo igualar, sin embargo, en una internada de Bustingurri que desvió Pizo Gómez al palo contrario. La pelota salió fuera del marco por apenas medio palmo.

El peligro para el Atlético de Madrid se reprodujo en los primeros momentos del segundo tiempo. Sumido en un extraordinario desconcierto, el equipo de Clemente permitió la tremenda acometida del Fiorentina. Por fortuna, fue Dertycia. el encargado de cerrar todas las jugadas de su equipo. Poco habituado a los trabajos de salón, Dertycia no aprovechó dos remates en solitario (minutos 47 y 73). En plena ofensiva italiana, apareció Futre. Decidió Futre que el balón era suyo. Cada intento del portugués era una escapada al imposible. Pero... con Futre, ¿quién sabe? Hubo una cabalgada (minuto 49) extraordinaria. Metido en una pista americana, con todas las segadoras italianas tras él, Futre dribló, amagó, fintó y regateó a toda la concurrencia. Sólo le faltó Landucci, que detuvo con seguridad su postrer remate. El afan de Futre multiplicó su cotización a los ojos de los barones del calcio, pero su ansiedad fue algo insolidaria. Mientras Futre se entregaba a su trabajo, el partido recobraba los trazos violentos de los primeros instantes. En el fragor, Dunga abandonaba el campo y dejaba a su equipo sin guía. El Atlético de Madrid se estiró y tomó el centro del campo, pero las ocasiones fueron escasísimas. Con la expulsión de Goikoetxea, temida desde el principio por Clemente, el equipo rojiblanco decidió clausurar el partido y esperar al designio de una suerte que no tuvo.

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