Tribuna:

Cartas

Las cartas que se envían por correo tardan semanas en llegar o no llegan nunca, y la gente ha acabado por renunciar a escribirlas, con gran, repercusión cultural y social. Escribir cartas era un hábito enriquecedor. Cada cual se esmeraba en su redacción y se deleitaba en su lectura. Para quienes tenían dificultades, había inefables modelos de correspondencia. Por ejemplo: "Respetada señorita: desde que la vi no sosiego, y habiendo apreciado que coincidimos en gustos y aficiones...".Las cartas reflejaban el estado de ánimo de sus autores. Un acreedor recibió esta respuesta a su carta conminator...

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Las cartas que se envían por correo tardan semanas en llegar o no llegan nunca, y la gente ha acabado por renunciar a escribirlas, con gran, repercusión cultural y social. Escribir cartas era un hábito enriquecedor. Cada cual se esmeraba en su redacción y se deleitaba en su lectura. Para quienes tenían dificultades, había inefables modelos de correspondencia. Por ejemplo: "Respetada señorita: desde que la vi no sosiego, y habiendo apreciado que coincidimos en gustos y aficiones...".Las cartas reflejaban el estado de ánimo de sus autores. Un acreedor recibió esta respuesta a su carta conminatoria: "En contestación a su carta, que tengo delante, y que pronto tendré detrás...". Los que poseían estudios culturizaban a sus seres queridos. Uno escribía a la novia: "Amada Salvadora: me gustó tu misiva, mas sabrás al recibo de la presente que amor se escribe sin hache". Las cartas daban noticia de la familia, y por eso solían empezar "Sabrás al recibo de la presente". Terminaban: "Abrazos de este: que lo es, Pepito". La influencia administrativa perfeccionó las despedidas epistolares: "... de este que lo es, cuya vida guarde Dios muchos años, Pepito". La palabra hacer estaba proscrita, y se empleaba real¡zar o efectuar: "Sabrás por la presente que la abuela te está efectuando un jersei de punto inglés".

Franco escribía pocas cartas, e incluso dejaba algunas sin terminar, según confidencia que me hizo su taquígrafo. A veces empezaba: "Muy señor mío", y se quedaba de un aire, mirando a Getafe. El taquígrafo permanecía sumido en el, desconcierto, y acababa haciendo mutis, por si acaso. Franco tenía poco que decir, y cuando lo tenía, mandaba al motorista. Los españoles no le entendieron jamás. Los españoles siempre tienen mucho que decir, y si no lo dicen, revientan. Pero como por carta no les sirve, por teléfono es imposible y tertulias ya no se estilan, van como motos, expuestos al reventón.

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