Tribuna:

Aventuras

Teníamos un problema. Los automóviles estaban saturando nuestras ciudades. Nuestros hombres del Buen Gobierno encontraron la solución. Primero hacer imposible el tráfico privado, y hasta descubrieron el bordillo-bus; luego potenciar el sistema de transporte público y soñar con cientos, miles de cómodos y eficaces autobuses, trenes y metros.Tenemos un problema. Algún hijo del Buen Gobierno olvidó el millón de automóviles vendidos, y algún otro hacer la compra de carreteras, trenes y autobuses.

Teníamos un problema. Nuestros ciudadanos entraban en el libro de los records de forma c...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Teníamos un problema. Los automóviles estaban saturando nuestras ciudades. Nuestros hombres del Buen Gobierno encontraron la solución. Primero hacer imposible el tráfico privado, y hasta descubrieron el bordillo-bus; luego potenciar el sistema de transporte público y soñar con cientos, miles de cómodos y eficaces autobuses, trenes y metros.Tenemos un problema. Algún hijo del Buen Gobierno olvidó el millón de automóviles vendidos, y algún otro hacer la compra de carreteras, trenes y autobuses.

Teníamos un problema. Nuestros ciudadanos entraban en el libro de los records de forma colectiva: Madrid-Alicante, 400 kilómetros, en sólo doce horas. Los hombres del Buen Gobierno descubrieron el problema: "Los automovilistas no son solidarios. No han escalonado sus entradas".

Tenemos un problema. Nuestra obligación es colaborar. ¡Organicémonos! Nunca más juntos en las operaciones retorno. Pongámonos de acuerdo en casas, calles y barrios; contémoslo en nuestras ciudades, para que, en una gran comunión, el acuerdo llegue a todas las gentes de nuestra ya sí vertebrada sociedad. ¡Utilicemos los inventos del siglo! ¡Viva la telefonía!

Tenemos un problema. Algún hijo del Buen Gobierno olvidó que los télefonos son para funcionar.

Con cariño para el autor de las anteriores declaraciones tras alguna de las interminables vueltas a casa, para quien nos descubrió que los coches ya no caben en las carreteras, y para ese otro hombre que nos hizo ver el futuro, por su anuncio de que las nuevas autovías se volverán insuficientes cuando sus obras concluyan, y, sobre todo, para quienes en nuestra larga historia nos han obsequiado este Madrid 1989 que no nos merecemos.

P.D. No quisiera ser injusto con aquellos que me han regalado el tiempo suficiente para escribir esta columna. Vaya para ellos también mi cariño. Aeropuerto de Barajas. Sala de espera.

Archivado En