Tribuna:

El potaje

Cuando don Manuel decidió montar por primera vez un frente nacional, de derechas democráticas pero contundentes, cargó demasiado el pote de amojamadas carnes y le salió un comistrajo de momias. El comistrajo está emparentado con bazofia, bodrio, pistraje y rancho, según doña María Moliner, y a eso sabía aquel primer intento público de Fraga Iribarne de enseñar su dentadura democrática. Atravesó el desierto a lomos de buey gallego y volvió a intentarlo, esta vez con nacional-sindicalistas y opusdeístas mejor disimulados, y prosperó lo suficiente como para llegar a su propio techo, meta no óptim...

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Cuando don Manuel decidió montar por primera vez un frente nacional, de derechas democráticas pero contundentes, cargó demasiado el pote de amojamadas carnes y le salió un comistrajo de momias. El comistrajo está emparentado con bazofia, bodrio, pistraje y rancho, según doña María Moliner, y a eso sabía aquel primer intento público de Fraga Iribarne de enseñar su dentadura democrática. Atravesó el desierto a lomos de buey gallego y volvió a intentarlo, esta vez con nacional-sindicalistas y opusdeístas mejor disimulados, y prosperó lo suficiente como para llegar a su propio techo, meta no óptima, pero que no todo el mundo alcanza.Descontento consigo mismo y con su techo, se retiró Fraga, pero no a cualquier sitio, sino a Europa, que es sitio de retiro para gentes con mucho cuerpo, y desde allí comprobó que sus comistrajos habían sido sustituidos por piscolabis, tentempiés y fruslerías a la medida de derechistas ligeros y de tan poco peso como Hernández Mancha, que tiene aspecto de niño con poco apetito, de esos niños a los que hay que darles un bocado en nombre del abuelito, y otro en honor de la tata, y otro para que no se lo coma el gato, y el cuarto ya se lo metes en la boca aplicándole el estado de excepción, aquellos estados de excepción que Fraga nos impuso por nuestro bien, es decir, por el bien de España.

Y volvió. Con el puchero bajo el brazo, carallo, y el maletín de cerradura digital lleno de berzas, lacones, orejas, tocinos, untos, chorizos, gallinas viejas, patatas gallegas -que son las mejores-, los inevitables garbanzos, y con todo eso ha guisado un potaje, a medio camino entre el comistrajo y el piscolabis, que tiene de todo, desde la pechuga incorrupta de Pío Cabanillas hasta el botillo acalórico de Aznar, pasando por las indeterminadas carnes de Martín Villa, todo cocido en el agua de Lourdes de Marcelino Oreja. Y Fraga, que presume de ser el unto para disimular el choque de vejeces y modernidades, no es el unto. Fraga es uno y plural al mismo tiempo. Fraga es Fraga, pero también es los garbanzos.

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