Tribuna:

Domingo

La huelga ha sido un éxito completo: tranquilidad, ausencia de incidentes, normalidad absoluta, paro total. Pero la huelga ha sido un fracaso absoluto: tranquilidad, ausencia de incidentes, normalidad absoluta, paro total. Tiene razón Felipe González: toda huelga general es política. Excepto en un caso: cuando la política general está en huelga. Cuando se vive en el fin de lo político.Lo peculiar del día de ayer es que, pese a todo, se parecía tanto a un domingo que costaba convencerse de que no lo era. La normalidad, la ausencia de incidentes, la bonanza en la población, desde l...

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La huelga ha sido un éxito completo: tranquilidad, ausencia de incidentes, normalidad absoluta, paro total. Pero la huelga ha sido un fracaso absoluto: tranquilidad, ausencia de incidentes, normalidad absoluta, paro total. Tiene razón Felipe González: toda huelga general es política. Excepto en un caso: cuando la política general está en huelga. Cuando se vive en el fin de lo político.Lo peculiar del día de ayer es que, pese a todo, se parecía tanto a un domingo que costaba convencerse de que no lo era. La normalidad, la ausencia de incidentes, la bonanza en la población, desde la derecha hasta la izquierda, desde los empleados hasta los empleadores, perjudicaba su carácter reivindicativo. El noventa y tantos por ciento de la población estaba del lado de no abrir, de no comprar. En conjunto, la jornada de la huelga se saldó como uno de los días menos conflictivos. Y no sólo en cuanto a accidentes de circulación, atracos, etcétera, sino en enfrentamientos propiamente laborales. La confrontación más reseñable debido a la falta de previsión en los servicios mínimos se registró la víspera en los comercios de alquiler de vídeos. Casi todo el resto fue engullido por la plasticidad social, adiestrada en el ejercicio de proveerse para los cierres de fin de semana.

Lo definitorio de esta huelga general no es que haya obtenido un seguimiento sin precedentes, sino que se haya cumplido como huelga general política sustraída de ambición política. De ahí su éxito, su fracaso, su capacidad de confusión, su normalidad. Nadie ha hecho esta huelga para derribar al Gobierno, lo que le otorgaría sentido, sino para conservar a este Gobierno corrigiendo sus sinsentidos.

Quizá todavía es pronto para entender el privilegio que los ciudadanos españoles han disfrutado contemplando este nuevo fenómeno de lo social, comparable a la aparición del Halley o la emergencia de una supernova. Todavía cuesta creer en lo sucedido, pero así fue: una huelga proletaria total imposibilitada para diferenciarse de un domingo burgués pacífico.

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