Tribuna:

Relajación

El intelectual estaba tumbado en un diván tapizado con un paño que contenía una escena mitológica. Debajo de sus riñones un héroe desnudo alanceaba a un centauro. Con los ojos cerrados el intelectual escuchaba la voz de una sanadora que le susurraba al oído oraciones terapéuticas para disolverle el yo mientras el gato dormía en una butaca raída y el llanto de un niño sonaba en el patio de luz. Las onduladas palabras de la maga creaban un licor muy dulce y éste se iba introduciendo en el devastado cuerpo del pensador y lentamente le ganaba cada músculo, lo llenaba de música y luego lo dejaba re...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El intelectual estaba tumbado en un diván tapizado con un paño que contenía una escena mitológica. Debajo de sus riñones un héroe desnudo alanceaba a un centauro. Con los ojos cerrados el intelectual escuchaba la voz de una sanadora que le susurraba al oído oraciones terapéuticas para disolverle el yo mientras el gato dormía en una butaca raída y el llanto de un niño sonaba en el patio de luz. Las onduladas palabras de la maga creaban un licor muy dulce y éste se iba introduciendo en el devastado cuerpo del pensador y lentamente le ganaba cada músculo, lo llenaba de música y luego lo dejaba relajado y vacío. El yo aún permanecía enquistado en el plexo solar, pero merced a una imposición de manos aquel nudo final se deshizo y entonces todo el ser quedó liberado. El hombre comenzó a experimentar la exquisita suavidad de una bahía azul que le inundaba hasta las vísceras más secretas y él ya no era nadie, sino un fluido navegando. Desde el horizonte marino aún podía oír el llanto de aquel niño en el patio interior y también la ligera galopada del centauro. El resto de su memoria estaba diluido en agua salada.La maga le condujo la mente durante una hora de travesía por el cuerpo y con voz suave le decía al oído que cada una de sus células era inteligente, que cada uno de sus tejidos tenía vida propia y esperaba amor. Ahora el intelectual sin salir de sí mismo se hallaba lejos explorando un mar nunca antes navegado. El pubis de un ángel le guiaba volando sobre la proa de su navío. De noche en una isla perdida divisó fuego que no era sino la sangre que le batía y esa hoguera hacía brillar en la oscuridad los ojos de una corza huida. El intelectual comenzó a dialogar con cada una de sus vísceras. ¿Por qué lloraba aquel niño en el fondo del intestino sacro que era un patio de luz? ¿Por qué le golpeaban tan duramente los cascos del centauro en los riñones? La sanadora le puso la mano en la frente y dejó marcado en ella el signo de una constelación desconocida. El intelectual quedó dormido.

Archivado En