Crítica:

La lúgubre atmósfera del fracaso

Los martes pasan y van dejando visible la verdadera faz de la filmografía de Paul Newman. No es, desde luego, una filmografía despreciable, pero tampoco trufada de obras maestras. Como ha podido comprobarse, películas como La ciudad frente a mí o Desde la terraza resisten mal el paso del tiempo, si es que en su momento fueron algo.En realidad, obras maestras, lo que se dice maestras, Newman no tendrá más de media docena. Una de ellas, tal vez la mejor de toda su carrera, es la que esta noche alumbra su ciclo. Una película, además, sobre la que el tiempo parece no pasar o, cuando ...

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Los martes pasan y van dejando visible la verdadera faz de la filmografía de Paul Newman. No es, desde luego, una filmografía despreciable, pero tampoco trufada de obras maestras. Como ha podido comprobarse, películas como La ciudad frente a mí o Desde la terraza resisten mal el paso del tiempo, si es que en su momento fueron algo.En realidad, obras maestras, lo que se dice maestras, Newman no tendrá más de media docena. Una de ellas, tal vez la mejor de toda su carrera, es la que esta noche alumbra su ciclo. Una película, además, sobre la que el tiempo parece no pasar o, cuando menos, parece embellecerla cada día más, tal es la vigencia de su discurso, la intemporalidad de sus miras.

Su título es El buscavidas y la dirigió, en 1961, Robert Rossen. Detengámonos brevemente en Rossen. Cineasta sin excesivos párrafos en las páginas de la historia del séptimo arte, Rossen fue, sin embargo, un hombre con mundo propio, generalmente fatalista, con ideas, con vitales, apasionadas, lúcidas y desgarradas interpretaciones de la condición humana; una corriente crítica, principalmente europea, le entroniza en el pabellón de los grandes.

Por El buscavidas, por supuesto, pero también por un desasosegador retrato del mundo pugilístico como Cuerpo y alma una diáfana lectura del mundo de la política y sus corrupciones (All the king's men) y Lilith, un bello poema de amor y psicología. Rossen fue también castigado por la caza de brujas -una película como Cuerpo y alma tenía a John Garfield por protagonista y Abraham Polonsky por guionista, casi nada- y corrió un periplo europeo no tan memorable como su corta pero vibrante trayectoria americana.

El mundo del billar

Dentro de esa esfera candente de cine comprometido e independiente, que no se reconoce en el resto de la producción, por decirlo así, estándar, El buscavidas ocupa un lugar privilegiado. Se trata, como todo el mundo sabe -porque, entre otras cosas, Martin Scorsese y el propio Newman prolongaron con brillantez, 25 años después, la historia de Eddie Nelson en El color del dinero-, de una película sobre el mundo del billar, espesor gris que Rossen aprovecha para dibujar su realidad circundante, una América que vive de sueños irrealizados o, lo que viene a ser lo mismo, de pesadillas consumadas.

El buscavidas es crítica con esa América contemporánea y, por tanto, es un filme triste, contundente, deprimido, denso y nihilista.

Tiene la intensidad y el tono del rasgado lamento de un blues y las lúgubres atmósferas que rodean todo fracaso. Fracaso que tal vez intente redimirse a golpe de taco sobre tapete gris -nosotros lo vemos gris gracias a una fotografía en blanco y negro perfecta, de las mejores, comparable a La noche del cazador, a Ordet-, pero que siempre permanece al final.

Es por todo lo dicho, tan patética y magníficamente plasmado en imágenes por Rossen, por lo que El buscavidas sigue siendo un filme extremadamente moderno. Porque las noches siguen siendo negras, el whisky conserva el mismo seco sabor y la soledad no ha hallado todavía compañía que la remedie.

El buscavidas se emite hoy a las 22.20 por TVE-1.

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