Tribuna:

La perseguidora

Los comentaristas de política francesa se han dedicado durante semanas a analizar las tripas de François Mitterrand, Jean-Marie Le Pen, Jacques Chirac, Raymond Barre y apenas le han dedicado una mirada a las excelentes tripas de la ex señora Le Pen, convertida en el flagelo de su ex marido con una violencia que sólo pueden permitirse los fugitivos del terror matrimonial cuando miran hacia atrás y recuerdan con ira todos sus fracasos, todos sus desnudos.La señora empezó dejándose retratar en pelota, para que todo el mundo viera lo que Le Pen había visto, al parecer sin la suficiente consideraci...

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Los comentaristas de política francesa se han dedicado durante semanas a analizar las tripas de François Mitterrand, Jean-Marie Le Pen, Jacques Chirac, Raymond Barre y apenas le han dedicado una mirada a las excelentes tripas de la ex señora Le Pen, convertida en el flagelo de su ex marido con una violencia que sólo pueden permitirse los fugitivos del terror matrimonial cuando miran hacia atrás y recuerdan con ira todos sus fracasos, todos sus desnudos.La señora empezó dejándose retratar en pelota, para que todo el mundo viera lo que Le Pen había visto, al parecer sin la suficiente consideración como para conservar la propiedad privada de tanta intimidad. Aquel desnudo le costó a la ex señora Le Pen el repudio de sus hijas y una lágrima, falsa sin duda, del ojo tuerto de su marido.

Pero recientemente, en plena campaña, la dama volvió a hablar a través de las páginas de Le Globe, y no sólo vomitó solajes encharcados de su vida matrimonial, sino que pasó a la acción, y el fotógrafo la captó en el momento de quemar una foto del ultra, y no contenta con el incendio, además se comió otra foto ante la cámara, en un ejercicio de canibalismo simbólico que ha puesto la piel de gallina a los maridos del mundo entero. Para ella, Le Pen es un farsante en su nacionalismo y un psicópata agresivo que ha sabido proyectar su discurso en tiempos de cóleras abundantes, aunque marginales.

No le hicieron caso los votantes y se demuestra que la intención de voto suele ser irreversible, y así como todo escritor lleva su lector dentro, todo político lleva a su elector como un hermano siamés enquistado.

Un 15% de los franceses parecen ser como Le Pen, tan tuertos como él, aunque todos cerremos los dos ojos para no querer enterarnos. Han preferido votarle corriendo el riesgo de que sus parejas se desnuden, se coman sus fotografías o las quemen. Les excitan tiempos futuros de incendio y canibalismo, en el que la mujer sea el reposo del fascista.

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