Tribuna:

Paraíso

El sentido común dice: si el placer sigue al dolor estamos en el territorio de la virtud; si el dolor sigue al placer nos encontramos bajo la soberanía del vicio.La mejor manera de saber que uno se encuentra en la senda del bien, en la dirección correcta, es la sensación de padecimiento. Da igual que se trate de una larga travesía o de un amor difícil. Todo aquello con penalidad promete acercarnos tarde o temprano a lo bueno. Esta es la promesa de la virtud. Por el contrario, recibir gracias y beneficios sin más, adivinar el porvenir sin esfuerzo, por ejemplo, despierta frecuentes sospechas....

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El sentido común dice: si el placer sigue al dolor estamos en el territorio de la virtud; si el dolor sigue al placer nos encontramos bajo la soberanía del vicio.La mejor manera de saber que uno se encuentra en la senda del bien, en la dirección correcta, es la sensación de padecimiento. Da igual que se trate de una larga travesía o de un amor difícil. Todo aquello con penalidad promete acercarnos tarde o temprano a lo bueno. Esta es la promesa de la virtud. Por el contrario, recibir gracias y beneficios sin más, adivinar el porvenir sin esfuerzo, por ejemplo, despierta frecuentes sospechas.

Prácticamente todas las circunstancias felices no precedidas de penitencia dejan mucho que desear a los ojos de los hombres. La previa experiencia del dolor sazona la dicha pero ¿qué decir del placer que se obtiene con el placer sin más?

Este mundo está desacreditado en numerosos aspectos. Pero si conserva su solvencia radical es gracias a la metáfora del valle de lágrimas. Mediante: este tropo, el planeta cuenta con una economía sentimental resistente, mantiene su nivel de descomposición natural y procura acomodo a millones de desdichados; siempre en la tesitura celestial, por su parte, de convertirse en santos.

Para el funcionamiento del sistema moral imperante es decisiva la protección del valle de lágrimas, reserva donde la doble ecuación del vicio y la virtud riega sus tierras. Gracias a, él los pobladores reciben su infelicidad como un tránsito, bendicen sus tristezas, fomentan sus depresiones y recelan, espontáneamente, de todo optimismo exagerado que amenace con prolongarse. Para los gobernantes es utilísimo este comportamiento moral que mira al placer como un fin, pero al dolor como el medio universal de pago por el que merece la pena afanarse.

El sufrimiento antes; del bienestar: eso es el cielo de los justos. El sufrimiento después del bienestar: eso es el cielo de los delincuentes. He aquí los dos tendenciosos modelos de presentar los paraísos.

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