Tribuna:

Internacional

Los aeropuertos, un gran anuncio de neón color frambuesa sobre un edificio de 70 plantas, el sonido de los neumáticos sobre la autopista, una lluvia persistente y moderada, el color amarillo cadmio. Todos ellos son signos de internacionalidad. Una internacionalidad reconocible y homologada en un bienestar que sólo conoce medio hemisferio. Se exhala la peste de la gran ciudad, la tufarada de los lubricantes, pero los escaparates esmerados y una despreocupada conversación en alguna extraña lengua adornan el ámbito. Sólo falta en este escenario un elemento para que el conjunto se viva como ...

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Los aeropuertos, un gran anuncio de neón color frambuesa sobre un edificio de 70 plantas, el sonido de los neumáticos sobre la autopista, una lluvia persistente y moderada, el color amarillo cadmio. Todos ellos son signos de internacionalidad. Una internacionalidad reconocible y homologada en un bienestar que sólo conoce medio hemisferio. Se exhala la peste de la gran ciudad, la tufarada de los lubricantes, pero los escaparates esmerados y una despreocupada conversación en alguna extraña lengua adornan el ámbito. Sólo falta en este escenario un elemento para que el conjunto se viva como internacional absolutamente. Tiene que ser invierno. No exactamente que haga frío o nieve, sino que se tenga la constancia de que es el tiempo del invierno.Los veranos suelen pregonar su fama, pero el invierno es el estilo; el estilo internacional, especialmente. Sobre la temporada estival se encienden fogatas, se alzan campamentos de lona que se disipan con el calor. La auténtica arquitectura del gusto y el comercio se levanta en el invierno. La producción industrial, las operaciones financieras, la génesis y la práctica de la ciencia y los diseños de jacquard se concentran en el invierno. El ambiente internacional es sólo la mezcla del perfume y la pestilencia, de la urbanidad y el crimen entre la arquitectura de la estación.

La luz que enaltece objetos, los peatones y las avenidas de esas urbes internacionales adquiere con la temporada invernal una espontánea aleación de tristeza. La porción varía de unas ciudades a otras, de unos habitantes a otros, pero en el estilo internacional la tristeza es una tonalidad insoslayable. Ninguno de los habitantes, ni tampoco los artículos comestibles o las joyerías, denotan amargura, pero ponen el mayor cuidado en no parecer joviales y enseñar un mínimo indicio de tristeza. Todo posee un aire, arriba o abajo, rico y desdichado, y en el conjunto impera un punto crítico del termómetro gracias al cual la corrupción de un transeúnte abatido se prolongaría suavemente durante días y días.

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